Imagínate un ejercito de miles y miles de los hombres más valientes. En este ejército hay dos hombres que con sus lanzas mataron a seiscientos hombres, otro que peleó hasta tal punto que su mano se quedo aferrada a la espada, también hay tres hombres que irrumpieron en campamento enemigo y tomaron agua de allí, otro de los hombres mato a tres leones, este mismo hombre mató a un egipcio de aproximadamente dos metros. Estas son sólo algunas de las hazañas de esos valientes hombres, pertenecientes a ese ejército. Tal vez ya sepas a cuál ejército me refiero… al ejército de David («Los valientes de David») que se relata en 1 Crónicas 11, 12.
Este ejército tenía poder, pero ¿de dónde venia su poder? ¿venía de sus hombres valientes? En el capítulo 11 (de 1 Crónicas), antes de comenzar a mencionar los hombres valientes de David, dice esto: «David se engrandecía cada vez más, y el SEÑOR de los ejércitos estaba con él» (v. 9). En el mismo capítulo, ahora en el versículo 14, dice: «y se apostaron en medio de la parcela, y la defendieron e hirieron a los filisteos; y el SEÑOR los salvó con una gran victoria«. Por lo que dicen estos versículos podemos concluir que, sin duda alguna, el poder de David y sus valientes venía de Dios. Era Dios, en última instancia, quien le daba la victoria a David. No importaba cuántos millones de hombres valientes David pudo haber tenido, sin Dios este ejercito no hubiese sido nada. David sabía muy bien esto, por eso expresó en el Salmo 127:1: «Si el SEÑOR no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican; si el SEÑOR no guarda la ciudad, en vano vela la guardia«. ¿En quién está tu confianza?
1ra parte; 2da parte