«Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano? Señor, le respondió el enfermo, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo. Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda. Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo» (Juan 5:6-9. RVR1960).
Autor: Misael Susaña
Lamentarás o celebrarás.
Paz en el versículo que menos te imaginas.
En el libro titulado El misterio de la providencia, el pastor presbiteriano y autor John Flavel relató la historia de un hombre que “se apartó de malas compañías y entró en una vida reformada”. Pero después de algún tiempo, cedió a la tentación tanto externa como interna y “volvió a caer en los caminos del pecado”.
La Providencia le hizo ver su condición trayendo Proverbios 1:24-26, que dice: “Porque he llamado y han rehusado oír, he extendido mi mano y nadie ha hecho caso. Han desatendido todo consejo mío y no han deseado mi reprensión. También yo me reiré de la calamidad de ustedes, me burlaré cuando sobrevenga lo que temen”.
Ese versículo lo dejó muy inquieto, pensando que su pecado no podría ser perdonado. Pero Dios no había terminado con este hombre. Dios le presentó Lucas 17:4, el cual produjo una paz firme tanto en su mente como en su corazón.
EL VERSÍCULO
Ahora, lo interesante de este versículo es que no es un indicativo del perdón de Dios a nosotros. El versículo es un imperativo del perdón nuestro a los que nos ofenden y se arrepienten. En otras palabras: el versículo no habla explícitamente del perdón de Dios a nosotros, sino del perdón nuestro a otras personas. Leámoslo:
“Y si peca contra ti siete veces al día, y vuelve a ti siete veces, diciendo: ‘Me arrepiento’, perdónalo”.
¿Cómo es que ese versículo produjo paz en el corazón de ese hombre? Particularmente a mí, hay dos maneras en las cuales ese versículo ha traído mucha paz a mi corazón.
Sigue leyendo Paz en el versículo que menos te imaginas.El inocente que no se defendió.
Isaías profetizó que el Siervo sufriente del Señor sería oprimido y afligido y, sin embargo, Él no abriría Su boca. Éste sería llevado a la misma muerte y, aun así, permanecería mudo.
Años después, Mateo relata que Jesús (el Siervo sufriente del Señor) es entregado –por los sacerdotes y los ancianos– al gobernador romano Poncio Pilato. Y éste último, después de interrogarlo y no recibir respuesta de Jesús, lo sentencia a muerte.
EL ACUSADO
En los primeros versículos de Mateo 27, vemos que Jesús fue llevado ante el gobernador. Allí, Él es interrogado por Pilato y acusado por los principales sacerdotes y ancianos. Aparte de Su breve respuesta afirmando que Él era el Rey de los judíos, Jesús no respondió nada.
“Entonces Pilato le dijo: «¿No oyes cuántas cosas testifican contra Ti?». Jesús no le respondió ni a una sola pregunta, por lo que el gobernador estaba muy asombrado” (Mateo 27:13-14).
Cuando alguien es acusado de algún crimen, típicamente el acusado responde de una de las siguientes maneras: si es inocente, defendiéndose; si es culpable y admite su crimen, guardando silencio; si es culpable y no admite su crimen, diciendo mentiras.
Pero Pilato estaba muy asombrado de Jesús porque la respuesta de Jesús fue muy peculiar: ¡Él era inocente y guardó silencio ante las acusaciones!
EL INOCENTE
La inocencia de Jesús es claramente vista en el contexto inmediato de este relato de Mateo.
Después de que Jesús fuera condenado, Judas devolvió las treinta monedas de plata que le habían pagado para que entregara a Jesús. El mismo Judas admitió: “He pecado entregando sangre inocente” (v. 4). Es decir que Judas no traicionó a Jesús porque él, en los aproximadamente tres años que éste pasó cerca de Jesús, descubrió algún crimen cometido por Jesús. ¡Jesús era inocente!