Gracia que perdona y libera.

El teólogo anglicano Richard Sibbes dijo: “Hay más misericordia en Cristo que pecado en nosotros”. La autora y músico Julia H. Johnston escribió en su himno más conocido: “¡Gracia admirable del Dios de amor / Que excede a todo nuestro pecar!”. Y Jon Bloom, autor y cofundador de Desiring God, dijo: “Tu pecado no es competencia para la gracia de Dios”.

¡Guao! ¡Qué noticias tan maravillosas! Ahora, ¿son esas noticias verdaderas o son noticias falsas? ¿De dónde esas personas habrán obtenido esas noticias? Respuesta: de la Palabra de Dios. Hay muchos pasajes bíblicos que confirman esas noticias. Uno de ellos es Romanos 5:20 que dice:

“La ley se introdujo para que abundara la transgresión, pero donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia”.

Nótese que en este versículo no sólo se reconoce la triste realidad de que el pecado está ahí –Adán pecó, tú y yo pecamos–, sino también que hay pecado de más o de sobra. Y aunque esas palabras son desgarradoras, lo siguiente que se dice es gloriosamente esperanzador.

El versículo no dice que donde hubo pecado también hubo gracia –como si hubiera la misma cantidad de gracia que cantidad de pecado–. Tampoco se dice que el pecado abundó y que había gracia –como si pudiera haber más pecado que gracia–. El versículo dice que aunque el pecado abundó, la gracia sobreabundó. La gracia va más allá de lo que ya excede.

Tus pecados son muchos, pero la gracia de Dios siempre es más. Tú puedes tener pecado de sobra, pero Dios tiene gracia más que de sobra. Tus pecados siempre se ahogan en el océano sin fondo de la gracia de Dios. Tu pecado, que es grande, no le da ni por los tobillos a la gracia de Dios. Tus pecados pasados, tus pecados presentes y tus pecados futuros –independientemente de los muchos que sean– nunca agotarán la gracia de Dios. La gracia de Dios siempre superará con creces todos los pecados, de todos los pecadores arrepentidos, a lo largo de toda la historia.

Estoy consciente que lo que acabo de decir suena muy peligroso para algunos. Hay quienes, para usar las palabras de Judas, “convierten la gracia de nuestro Dios en libertinaje”. Y el mismo apóstol Pablo estaba consciente de eso, por eso él dijo en Romanos 6:1 y 2:

“¿Qué diremos, entonces? ¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde? ¡De ningún modo! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?”.

A aquellos que continúan su vida de pecado con la excusa de querer que la gracia abunde, el apóstol Pablo les dice que es imposible que aquellos que han muerto al pecado continúen viviendo en él. En otras palabras: la gracia de Dios para nosotros en Jesucristo no sólo perdona todos nuestros pecados, sino que nos libera del dominio de éste. Así que, aquel que todavía vive como esclavo del pecado, no puede consolarse con que sus pecados están perdonados.

La gracia de Dios sobreabunda también para hacernos ver como asqueroso el pecado que antes nos parecía atractivo y amar al Dios por quien no teníamos ningún interés. La gracia de Dios sobreabunda también para hacernos dar muerte a nuestro pecado remanente y para obedecer a Dios.

¡Qué Modelo! ¡Qué Salvador!

Marcos, en el capítulo 14 de su evangelio, relata como Jesús fue traicionado por Judas y arrestado. También relata que al llevar a Jesús al sumo sacerdote, se reunieron allí todos los principales sacerdotes, los ancianos y los escribas.

Todo ese concilio, que era como la Corte Suprema de los judíos, sólo quería una cosa: destruir o darle muerte a Jesús. Es por eso, que la primera parte del versículo 55 dice: “Y los principales sacerdotes y todo el Concilio procuraban obtener algún testimonio para dar muerte a Jesús”. Pero la última parte de ese mismo versículo agrega inmediatamente: “no lo hallaban”. No pudieron encontrar en Jesús algún delito por el cual ser condenado.

Y el relato nos dice que no faltaron personas que dieran falso testimonio contra Jesús, al contrario, se nos dice que “muchos” lo hicieron. Pero aun así, sus testimonios no coincidían. La ley judía establecía que “al que ha de morir se le dará muerte por la declaración de dos o tres testigos. No se le dará muerte por la declaración de un solo testigo” (Deu. 17:6).

Los falsos testigos, en su intento de tener algo en contra de Jesús, tergiversaron Sus palabras. Ellos afirmaron que habían escuchado a Jesús decir: “Yo destruiré este templo hecho por manos, y en tres días edificaré otro no hecho por manos”. ¿Había Jesús dicho eso? Sí, pero Él se refería a Su cuerpo –no al templo físico–. Pero Marcos vuelve a decir en su relato: “Y ni siquiera en esto coincidía el testimonio de ellos” (v. 59).

Jesús permaneció en silencio ante todos aquellos que testificaban contra Él, hasta que el Sumo Sacerdote le preguntó: “¿Eres Tú el Cristo, el Hijo del Bendito?” (v. 61). Fue entonces cuando Jesús abrió Su boca y dijo explícitamente: “Yo soy; y verán al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo con las nubes del cielo” (v. 62). Dejando así claro que Él estaba completamente seguro de quién era e invitándonos a todos nosotros a estar seguros de quien Él es.

Fue por esa respuesta que Jesús fue acusado de blasfemia y declarado digno de muerte. Ahora, debido a que Jesús verdaderamente era quien había dicho ser –lo cual demostró al resucitar después de tres días–; Su respuesta no fue una blasfemia y Él seguía siendo inocente.

UN HOMBRE INTACHABLE

Jesús es el modelo perfecto de integridad, rectitud y de un carácter intachable. Todos sus enemigos se unieron para buscar algo en Sus palabras o acciones que pudieran usar en Su contra y condenarlo. Y debido a que Jesús estaba ante Sus enemigos y no ante otro grupo, la búsqueda de algo en Su contra fue minuciosa, muchas mentiras fueron dichas y Sus Palabras fueron tergiversadas. Pero al final, Jesús seguía siendo irreprensible. A pesar de los dardos y flechas que Sus enemigos le lanzaron con la mayor precisión y con todas sus fuerzas, Jesús se mantuvo en pie.

Pero Jesús no es sólo un modelo, Él es principalmente el Salvador. Si, como Jesús, estuviéramos parados delante de personas que se oponen a nosotros, no pasaría mucho tiempo para que ellos encontraran algo en nuestra contra. Y aun si fuera posible ser declarados inocentes delante de ellos, no sería así si estuviéramos delante del Dios que es tres veces santo y conoce todo nuestros pensamientos y cada una de nuestras motivaciones. Pero Jesús vivió la vida perfecta que nosotros no vivimos y murió la muerte que nosotros merecíamos para así salvarnos.

¡Qué Modelo a imitar y que Salvador en quién confiar tenemos en Jesús!

“Te amo así de mucho”.

Después de que el apóstol Pablo nos dice [en Romanos 5] la cruda verdad de que “difícilmente habrá alguien que muera por un justo” y que “tal vez alguno se atreva a morir por el bueno”; él pasa a decirnos la verdad más asombrosa de todas:

“Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (v. 8).

Según ese versículo, Dios no tan solo ha dicho “te amo”; sino que también lo ha demostrado, lo ha probado, lo ha hecho público, lo ha exhibido, lo ha acreditado. ¿En qué podemos ver ese amor de Dios? ¿Cómo podemos saber cuán grande es el amor de Dios? ¿Qué regla puede medirlo? El amor de Dios puede ser visto o puede ser medido sabiendo (1) a quiénes él amó y (2) qué Él dio a quienes amó:

¿A QUIÉNES DIOS AMÓ?

¿A quiénes Dios amó? A nosotros. ¿Quiénes somos nosotros? Pecadores (lo contrarío al justo y al bueno: injustos y malos), débiles (impotentes para acercarse a Dios o hacer algo lo suficientemente excelente como para que Dios se acerque a ellos), impíos (aquellos con un carácter diferente al carácter santo de Dios) y enemigos (rebeldes a Dios y Su ley). ¡A esos fue quienes Dios amó de pura gracia! Él no le debe amor a nadie, Él quiso amarlos.

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