Paz en el versículo que menos te imaginas.

En el libro titulado El misterio de la providencia, el pastor presbiteriano y autor John Flavel relató la historia de un hombre que “se apartó de malas compañías y entró en una vida reformada”. Pero después de algún tiempo, cedió a la tentación tanto externa como interna y “volvió a caer en los caminos del pecado”.

La Providencia le hizo ver su condición trayendo Proverbios 1:24-26, que dice: “Porque he llamado y han rehusado oír, he extendido mi mano y nadie ha hecho caso. Han desatendido todo consejo mío y no han deseado mi reprensión. También yo me reiré de la calamidad de ustedes, me burlaré cuando sobrevenga lo que temen”.

Ese versículo lo dejó muy inquieto, pensando que su pecado no podría ser perdonado. Pero Dios no había terminado con este hombre. Dios le presentó Lucas 17:4, el cual produjo una paz firme tanto en su mente como en su corazón.

EL VERSÍCULO

Ahora, lo interesante de este versículo es que no es un indicativo del perdón de Dios a nosotros. El versículo es un imperativo del perdón nuestro a los que nos ofenden y se arrepienten. En otras palabras: el versículo no habla explícitamente del perdón de Dios a nosotros, sino del perdón nuestro a otras personas. Leámoslo:

“Y si peca contra ti siete veces al día, y vuelve a ti siete veces, diciendo: ‘Me arrepiento’, perdónalo”.

¿Cómo es que ese versículo produjo paz en el corazón de ese hombre? Particularmente a mí, hay dos maneras en las cuales ese versículo ha traído mucha paz a mi corazón.

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Ahí está el Cordero de Dios.

“¿Quién eres tú?” –fue la pregunta que los sacerdotes y levitas le hicieron a Juan el Bautista. A la que éste último respondió diciendo que él no era el Cristo, sino que era alguien que vino antes del Cristo para introducirlo. Al día siguiente, Juan vio a Jesús y dijo: “Ahí está el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Jesús es el Cristo, quien en Su primera venida vino como el Cordero de Dios.

A Jesús apuntaba ese cordero pascual que según Éxodo 12 debía ser sin defecto (v. 5) y cuya sangre serviría de protección contra la destrucción que estaba a punto de venir (v. 13). A Jesús apuntaba ese cordero que según Éxodo 29:38-42 debía ofrecerse diariamente. Pero a diferencia de los sacrificios de esos corderos que fueron insuficientes para quitar el pecado, el sacrificio de Jesús fue suficiente. Jesús es ese cordero que según Isaías 53:6, 7 se entregó voluntariamente para expiar los pecados.

Y como el Cordero de Dios, Jesús “quita el pecado del mundo”. ¿Qué significa eso? Significa que todos y cada uno de nuestros pecados fueron transferidos a Jesús, Él se hizo responsable de todos ellos y sufrió el castigo que ellos merecían. Y eso es cierto no sólo para los judíos creyentes, sino también para todas las personas que en todo lugar se apropian del sacrificio de Jesús por medio de la fe.

El evangelio de Jesucristo es y siempre será relevante. Gracias a Su sacrificio nuestros pecados pasados no son recordados y en el futuro seremos salvos de la ira venidera. Pero también es gracias a Su sacrificio que cada día podemos orar “perdónanos nuestras deudas”, tener la seguridad de que somos perdonados y podemos seguir disfrutando de la comunión con Dios.

Termino con la siguiente exhortación J. C. Ryle:

“Sirvámosle con fidelidad como nuestro Señor. Obedezcámosle con lealtad como nuestro Rey. Estudiemos su enseñanza como nuestro Profeta. Caminemos siguiéndole con diligencia como nuestro ejemplo. Busquémosle con inquietud como nuestro Redentor de cuerpo y alma que volverá. Pero, sobre todo, ensalcémoslo como sacrificio por nosotros y dejemos toda nuestra carga sobre su muerte expiatoria por el pecado. Sea su sangre más valiosa a nuestros ojos cada año que vivamos”.

El ladrón que fue al paraíso.

El relato del ladrón sobre la cruz es una descripción gráfica de lo que significa ser salvo por gracia: ese ladrón merecía todo lo opuesto a lo que recibió. Él merecía el tormento eterno del infierno lejos de la presencia y bendición de Jesús, pero obtuvo el paraíso con Jesús.