La humildad espiritual es el convencimiento que un cristiano tiene de cuán insuficiente y detestable es, cosa que lo lleva a abatirse a sí mismo, exaltando únicamente a Dios. Al mismo tiempo, hay otra clase de humildad que podemos llamar humildad legal. La humildad legal es un experiencia que solo los no creyentes pueden experimentar. La ley de Dios obra en sus conciencias y hace que vean lo inhabilitados y pecadores que son. Sin embargo, no ven la naturaleza odiosa del pecado, ni lo rechazan en sus corazones, ni se entregan a Dios. Se sienten humillados como a la fuerza, pero no tienen humildad. Sienten lo que toda persona impía y el diablo, sentirán en el día del juicio: convicción, humillación y la obligación de admitir que Dios tiene la razón. Con todo, siguen siendo inconversos.
La humildad espiritual, por contraste, nace del sentido que el verdadero cristiano tiene de la hermosura y la gloria de la santidad de Dios. Hace que sienta lo vil y despreciable que es en sí mismo debido a su pecaminosidad. Lo lleva a postrarse libre y gozosamente a los pies de Dios, negándose a sí mismo y renunciado a sus pecados.
La humildad espiritual pertenece a la esencia de la verdadera religión. Quienes no la tienen no son cristianos genuinos, por más maravillosas que sean sus experiencias. Las Escrituras dan abundante testimonio de la necesidad de esta humildad: “Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu” (Salmo 34:18). “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51:17). “Jehová dijo así: El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies… pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Isaías 66:1-2). “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3). También véase la parábola del fariseo y el publicano en Lucas 18:9-14.
La humildad espiritual es la esencia de la abnegación del cristiano, la cual consta de dos partes: Primero, un hombre tiene que negar sus inclinaciones mundanas y abandonar todo deleite pecaminoso. Después, debe negar su justicia propia y su preocupación personal, cosas que le nacen por naturaleza. La segunda parte es la más difícil de hacer. Muchos han hecho la primera sin hacer la segunda; han rechazado los placeres materiales, pero siguen disfrutando el placer diabólico del orgullo.
Desde luego, los hipócritas orgullosos pretenden ser humildes, pero generalmente no lo hacen muy bien. Su humildad consiste mayormente en decirle a otros lo muy humildes que son. Dicen cosas como, “Soy el menor de todos los santos”, “Soy una pobre y vil criatura”, “Mi corazón es peor que el del diablo”, etc… Lo dicen, y sin embargo esperan que otros los tengan por santos sobresalientes. Si otra persona fuera a decir del hipócrita lo que ese hipócrita dice de sí mismo, ¡cuánto se ofendería!
El orgullo espiritual puede ser muy sutil, disfrazándose como humildad, pero hay dos señales que lo pueden desenmascarar:
a) El hombre orgulloso se compara a sí mismo con otros en las cosas espirituales, y tiene una opinión superior de sí mismo. Tiene ansias de ser dirigente entre el pueblo de Dios, y quiere que su opinión sea ley para todos. Quiere que otros cristianos lo respeten y lo sigan en cuestiones religiosas.
El que es verdaderamente humilde demuestra lo opuesto. Su humildad hace que piense que los demás son mejores que él (Filipenses 2:3). No le hace asumir una posición de maestro; piensa que otros están mejor preparados para hacerlo, así como Moisés (Éxodo 3:11-4:7). Está más pronto a escuchar que a hablar (Santiago 1:19). Cuando habla, lo hace con temblor, no de una manera auto-confiada y lanzada.
b) Otra señal segura de orgullo espiritual es que el hombre que equivocadamente se considera espiritual tiene a tener su humildad en gran estima, mientras que el hombre verdaderamente humilde se cree muy orgulloso.
Esto se debe a que el orgulloso y el humilde tienen diferentes formas de verse a sí mismos. Medimos la humildad de un hombre según nuestra apreciación de su grandeza y dignidad natural. Si un rey se arrodillara para calzar a otro rey, esto nos parecería, tanto a nosotros como al rey que lo hubiera hecho, un acto de abnegación. En contraste, si un esclavo se arrodillara para calzar a su rey, nadie vería eso como gran señal de humildad. El esclavo mismo no lo pensaría, a menos que estuviera ridículamente inflamado. Si después estuviera de aquí para allá jactándose de su gran humildad al haberle retirado el zapato al rey, todos se reirían de él. “¿Quién crees que eres”, le dirían, “como para que te parezca tan humilde de tu parte servir así al rey?”.
El hombre orgulloso es como el esclavo orgulloso. El piensa que confesar su falta de mérito delante de Dios es gran señal de humildad. Esto es porque se siente a sí mismo muy alto. ¡Qué humildad de su parte confesar su falta de mérito! Si se estimara correctamente se sentiría más bien aterrado y avergonzado de no humillarse más ante Dios.
El hombre verdaderamente humilde nunca siente que se ha abatido lo suficiente delante de Dios. Siente que por más bajo que se agache, podría agacharse más. Siempre piensa que está por encima de lo que debería estar ante Dios. Mira su posición, y luego mira a donde debería estar, y ve que se encuentra muy lejos. A distancia la llama “orgullo”. Es su orgullo que le parece grande, no su humildad. No le parece que el que se postre en el polvo a los pies de Dios sea gran señal de humildad. Piensa que precisamente ese es el sitio donde debería estar.
Lector, no se olvide de aplicarse estas cosas a sí mismo. ¿Le ofende que otra persona se crea mejor cristiano que los demás? ¿Cree que es orgulloso y que usted es más humilde que él? Entonces tenga cuidado, no sea que se vuelva orgulloso de su propia humildad. Examínese. Si concluye, “Me parece que nadie es tan pecador como yo”, no se sienta satisfecho. ¿Piensa que es mejor que otros porque admite que es un pecador? ¿Tiene muy alta opinión de esa humildad suya? Si dice, “No, no tengo una alta opinión; pienso que soy tan orgulloso como el diablo”, entonces vuélvase a examinar. Tal vez está orgulloso del hecho de no sentir orgullo por su humildad. ¡Hasta podría estar orgulloso de confesar lo muy orgulloso que es!
Este artículo es un extracto tomado de: Jonathan Edwards. Los afectos religiosos (USA: Publicaciones Faro de Gracia, 2000), pp. 68-71.
Me ha encantado leer este tema de la humildad Espiritual.El que lee aprende.
Como cristianos tenemos que ser humildes como lo gue Dios nos enseña,
que mejor ejemplo el que nos mostro Dios a nosotros.
creo que cuando se es humilde no se puede ver la soberbia en los demás, y cuando eres soberbio no soportas la humildad en los demás. necesito ser humilde. bendiciones y gracias
Gracias por esto hermano, gracias miiilll 🙂
Esta esplicacion de la humildad me ayudo mucho para comprobar q no tenia bien definido que es la humildad verdadera puesto que yo me concideraba humilde y me concideraban. pero de hoy en adelante enpesare mi nueva y verdadera humildad. muchas gracias por esas esplicaciones ta maraviyosa DIOS los vendice cada dia para terer mas sabiduria para ayudar a personas como yo que segun todo lo asia co humildad.Pero la humildad equibocada la de EGO.