El término «adoración» indica postrarnos, con reverencia y sumisión, ante nuestro Señor. Aunque «adoración» abarca toda nuestra manera de vivir, en este artículo voy a concentrarme en la alabanza como adoración.
A lo largo de todo el libro de los Salmos encontramos, una y otra vez, llamados imperativos para adorar, alabar y exaltar a Dios. El Salmo 9:11 dice: «Cantad alabanzas al SEÑOR, que mora en Sion; proclamad entre los pueblos sus proezas«; Salmo 30:4: «Cantad alabanzas al SEÑOR, vosotros sus santos, y alabad su santo nombre«; Salmo 33:2: «Dad gracias al SEÑOR con la lira; cantadle alabanzas con el arpa de diez cuerdas«.
INTELIGENCIA
Dios no sólo nos llama a alabarle, sino que también nos dice cómo Él debe ser alabado. En el Salmos 47:6,7 leemos lo siguiente: “Cantad a Dios, cantad; cantad a nuestro Rey, cantad; porque Dios es el Rey de toda la tierra; cantad con inteligencia” (RVR1960). El término hebreo que la Reina Valera traduce como «inteligencia» es «masquil». Este mismo término se traduce como «entender» en el Salmo 14:2 y como «pensar» en el Salmo 41:1. Aunque el significado de «masquil» es incierto, sí sabemos que éste término implica que aquel que canta debe hacerlo con inteligencia o entendimiento. John Wesley dijo acerca del Salmo 47:7 que esto es un llamado a cantar a Dios «no formalmente y sin cuidado, sino seriamente, considerando la grandeza de este Rey a quien alabamos y la razón por la cual le alabamos». Así que, la alabanza a Dios no es meramente leer las letras de un cántico mientras seguimos un determinado ritmo; sino también considerar profundamente, meditar, en quien es Dios. ¿Dónde Dios ha revelado quién es Él? En Su Palabra y, de una manera palpable, en la persona de Jesucristo (Jn. 1:18). Es por eso, que los himnos y cánticos que entonamos a Dios deben estar saturados de Su Palabra y centrados en Jesucristo.
La mayoría de estos llamamientos [para adorar a Dios] no vienen solos, sino que están acompañados con razones. Por ejemplo, en el Salmo 100 se nos llama a cantar con júbilo a Dios, pero también se nos llama a saber que (1) el Señor es Dios, (2) Él es nuestro Creador, (3) nosotros le pertenecemos –tanto por creación como por redención. En el versículo 4 se nos llama a entrar por Sus atrios con alabanza y a bendecir Su nombre. ¿Por qué? El versículo 5 nos responde: “Porque el SEÑOR es bueno; para siempre es su misericordia, y su fidelidad por todas las generaciones”. Él es bueno, aunque nunca me de un Aston Martin V12; Él es bueno, aunque no sea rico (económicamente hablando); Él es bueno, aunque pierda mi salud… Él es bueno, la más grande manifestación de Su bondad se encuentra en la cruz de Jesucristo.
EMOCIÓN
Dios también quiere que le adoremos con nuestro corazón, con nuestros afectos, con nuestras emociones. Volvemos al Salmo 100 para ver esto. El versículo 1 no dice: «Aclamad al SEÑOR, toda la tierra»; más bien, dice: «Aclamad con júbilo al SEÑOR, toda la tierra«. El mismo principio encontramos en el versículo 2a: «Servid al SEÑOR con alegría«. En la alabanza a Dios, tanto nuestras mentes como nuestros corazones deben estar cerca Él.
Esto (alabar a Dios con nuestras emociones) no es sólo del Salmo 100, también lo encontramos en los siguientes salmos: “Cantad con gozo a Dios, fortaleza nuestra; aclamad con júbilo al Dios de Jacob” (Sal. 81:1); “Cantadle, cantadle alabanzas; hablad de todas sus maravillas. Gloriaos en su santo nombre; alégrese el corazón de los que buscan al SEÑOR” (Sal. 105:2,3); “¡Aleluya! Cantad al SEÑOR un cántico nuevo: su alabanza en la congregación de los santos. Alégrese Israel en su Creador; regocíjense los hijos de Sion en su Rey… Regocíjense de gloria los santos; canten con gozo sobre sus camas” (Sal. 149:1,2,5).
INTELIGENCIA Y EMOCIÓN
Teniendo en cuenta lo que hemos visto, concluimos que la adoración a Dios, particularmente nuestra alabanza, involucra todo nuestro ser (intelecto, emoción y voluntad). Ciertamente las emociones no deben ser lo único en nuestra adoración; pero también es cierto que una adoración con inteligencia y sin emoción, no es la adoración que Dios merece, no es la adoración que Dios nos manda.
Termino con las palabras de John Piper: “Siempre hay dos partes en la verdadera adoración. Hay el ver a Dios y hay el saborear a Dios. No los puedes separar. Tienes que verlo a Él, para saborearlo a Él. Y si no lo saboreas a Él cuando lo ves, le insultas. En la verdadera adoración, siempre hay entendimiento con la mente y siempre hay sentimiento con el corazón. El entendimiento siempre debe ser el fundamento del sentimiento. Si no, todo lo que tenemos es emocionalismo sin base. Pero el entendimiento de Dios que no motiva sentimiento por Dios se vuelve mero intelectualismo e indiferencia. Por esto la Biblia nos llama continuamente a pensar, a considerar y a meditar, por un lado, y a regocijarnos, a temer, a gemir, a deleitarnos, a tener esperanza y a estar alegres, por el otro. Ambos, entendimiento y sentimiento, son esenciales para la adoración1”.
1 John Piper. La supremacía de Dios en la predicación (México: Publicaciones Faro de Gracia, 2008), p. 16. Énfasis añadido.
Excelente escrito