2 Timoteo, como su nombre lo dice, fue la segunda carta que el apóstol Pablo (inspirado por Dios) escribió a Timoteo, a quien él consideraba su hijo en la fe. En el capítulo 2, inmediatamente después de decirle que se fortaleciera en la gracia que hay en Jesucristo, Pablo le dice: “Y lo que has oído de mí en la presencia de muchos testigos, eso encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (v. 2).
Pablo, en presencia de muchos testigos, le había enseñado a Timoteo la Palabra de Dios. Esa Palabra que Timoteo había oído es también llamada “las sanas palabras” (1:13). Una vez Timoteo había recibido esas sanas palabras, debía entonces encomendarlas a otros hombres. Esos hombres a quienes Timoteo debía encomendar las sanas palabras debían tener dos características:
La primera característica de esos hombres es que son idóneos para enseñar. Ese es una de las cosas que se requiere de un pastor, quien se espera que «[exhorte] con sana doctrina y [refute] a los que contradicen» (Ti. 1:9).
La segunda característica de esos hombres es que son fieles. La primera parte del versículo que acabamos de leer, Tito 1:9, dice «reteniendo la palabra fiel que es conforme a la enseñanza». Lo mismo Pablo le dice a Timoteo con las siguientes palabras: “Retén la norma de las sanas palabras que has oído de mí” (2 Ti. 1:13). Estos hombres debían ser capaces de transmitir las sanas palabras tal cual ellos las habían recibido, sin más ni menos.
Dios les recuerda a todos aquellos que le sirven por medio de la enseñanza y predicación de Su Palabra: Primero, que han sido capacitados e instruidos no para ellos mismos; sino para enseñar a otros. Segundo, que no se espera que ellos sean creativos y originales en el mensaje, sino fieles.