El peor sermón de Spurgeon.

El gran predicador Spurgeon predicó una vez un sermón que en su opinión fue uno de los peores de su vida. Tropezó, vaciló y tartamudeó y cuando terminó tenía el sentimiento de que había sido un completo fracaso. Se sintió profundamente humillado y cuando llegó a su casa se hincó de rodillas y dijo: “Señor, tú puedes hacer algo con la nada. Bendice ese pobre sermón”.

Durante toda la semana siguió orando de la misma manera. Se levantaba por la noche y oraba acerca de ello. Estaba determinado a enmendar su error y a esforzarse por predicar un gran sermón el domingo siguiente. Y eso fue exactamente lo que sucedió, al siguiente domingo predicó un sermón excelente. A la salida la gente no cesaba de felicitarle y elogiarle. Ese día Spurgeon regresó a su casa muy contento y por la noche durmió como un niño. Pero se dijo a sí mismo: “Voy a investigar los resultados de estos dos sermones”. ¿Cuáles fueron?

Para su sorpresa, el que él pensaba que había sido un fracaso fue el instrumento usado por Dios para la conversión de cuarenta y un personas. Pero nunca logró saber que se hubiera convertido alguien por medio del sermón que había sido tan excelente. El Espíritu de Dios usó el primero, pero no el segundo. Nada podemos hacer sin el Espíritu que nos ayuda en nuestras debilidades (Christian Digest. El peor sermón de Spurgeon).

No puedo asegurar en un 100% la veracidad de esa historia –aunque pudo ser completamente cierta; pero sí puedo asegurar la veracidad de tal sentimiento de completo fracaso, particularmente después de haber predicado un sermón, que experimentan muchos predicadores –yo lo he experimentado. Algunas veces, aun después de un diligente esfuerzo, no podemos escribir en el papel las palabras precisas para expresar una gloriosa doctrina bíblica o no podemos organizar las ideas tan coherentemente como deberíamos. Otras veces, sí pudimos escribir en el papel las palabras precisas y sí pudimos organizar coherentemente las ideas; pero la entrega del sermón, la exposición de éste, no fue como esperábamos. Entonces, cuando terminamos, tenemos ese sentimiento de completo fracaso.

Veamos ese sentimiento como una advertencia que dice: “Predicador, no olvides que dependes de Dios en todo momento”. Dependemos de Él para que nuestros ojos sean abiertos (entendimiento) a las maravillas de Su ley (Sal. 119:18,27), dependemos de Él para entregar Su Palabra con todo denuedo (Hch. 4:29) y dependemos de Él para que Su Palabra se extienda rápidamente y sea glorificada (2 Ts. 3:1). ¡No lo olvidemos!

Sin restarle importancia al diligente trabajo que debe hacer el predicador tanto en la preparación como en la entrega de un sermón, el predicador debe reconocer su dependencia de Dios y depender de Dios en todo momento. Éste debe rogarle a Dios, mediante la oración, que se digne en usar Su Palabra predicada para que las rodillas se doblen y los labios confiesen el señorío de Jesucristo; que Su Palabra de frutos a ciento, a sesenta y a treinta (Mt. 13:23). Entonces, el predicador debe descansar en que la Palabra no volverá vacía, sino que será prosperada en aquello para lo cual Dios la envió (Is. 55:11).

La experiencia nos confirma que Dios puede usar esos sermones de los cuales sentimos completo fracaso. Después de haber predicado un sermón y sentir que fue un completo fracaso, he visto como Dios, para tomar prestadas las palabras de Spurgeon, hace algo con la nada. Aún no he sido informado de cuarenta y un convertidos, pero sí de hermanos a los cuales Dios habló, edificó y bendijo. ¡Predica la Palabra, depende de Dios y descansa en El!

Publicado por

Misael Susaña

Misael Susaña nació en República Dominicana, fue salvado a la edad de trece años y actualmente es uno de los pastores de Iglesia Fundamento Bíblico. Es también maestro de Inglés. Estudió Teología Sistemática en la Academia de la Gracia (Reformed Baptist Seminary) y ha participado en varios diplomados. Desde el 2008, ha publicado regularmente artículos bíblicos en su blog (gustadaDios.com). Misael, teniendo en mente Salmos 34:8, prefiere describirse a sí mismo como un «Catador de la bondad de Dios y feliz promotor de ésta; para Su gloria y el beneficio [en Él] del creyente».

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