Salmos 119, el capítulo más largo de la Biblia, es un salmo que expone las excelencias de la Palabra de Dios. Y entre todas las cualidades de la Palabra de Dios que el salmista da, él dice en el versículo 18 lo siguiente: “Abre mis ojos, para que vea las maravillas de tu ley”.
La palabra “maravillas” significa algo incomparable, extraordinario. La misma palabra se utiliza en Éxodo 34:2 cuando Dios dijo que haría maravillas que no se habían hecho en toda la tierra. Y nótese que esta palabra –“maravillas”– se le adscribe a la Palabra de Dios. Es decir, la ley de Dios es maravillosa o la ley de Dios contiene maravillas. La oración del salmista no es que Dios haga a Su ley maravillosa, sino que Dios abra sus ojos para reconocer las maravillas que la ley ya contiene.
Es muy importante entender eso. La labor del predicador no es adornar la Palabra de Dios para hacerla más interesante –como si ésta fuera aburrida–. ¡No! La película Los Vengadores: endgame es aburrida en comparación con la Palabra de Dios. Y si no lo creemos así, necesitamos que Dios abra nuestros ojos espirituales.
La labor del predicador, durante la preparación del sermón, es orar que Dios abra sus ojos espirituales para ver. La labor del predicador, durante la presentación del sermón, es ser fiel a la Palabra de Dios –sin desviarse a la derecha o a la izquierda y sin agregarle o quitarle–. Porque la Palabra de Dios es maravillosa por sí misma.
Y la Palabra de Dios es en donde encontramos el maravilloso evangelio de Jesucristo. El himno Cordero de gloria lo expresa de la siguiente manera:
Dios al mundo descendió;
mi castigo en sí tomó;
Pena y muerte él sufrió,
mas con poder resucitó.Al Cordero gloria,
oh, qué excelsa historia;
El nos salva por su amor,
¡Dad al Cordero gloria!