“En vano he trabajado, en vanidad y en nada he gastado mis fuerzas” –eso dijo el profeta en la primera parte de Isaías 49:4–. ¿Alguna vez te has sentido así? ¿Eres un pastor o un maestro de la Biblia que te has esforzado en transmitir fielmente la Palabra de Dios en todo tiempo pero no ves fruto en aquellos a quienes enseñas? ¿Eres un padre o una madre que te has dedicado en enseñar fielmente la Palabra de Dios a tus hijos pero no ves fruto? ¿Piensas que has gastado tus fuerzas en balde? A veces los frutos están ahí, pero no los vemos. Otras veces están creciendo –aunque lentamente–.
Ahora, para el profeta Isaías fue diferente; pues Dios le dijo desde el principio de su ministerio: “Ve, y di a este pueblo: “Escuchad bien, pero no entendáis; mirad bien, pero no comprendáis.” Haz insensible el corazón de este pueblo, endurece sus oídos, y nubla sus ojos, no sea que vea con sus ojos, y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se arrepienta y sea curado”. Por eso él dice que había trabajado en vano y gastado sus fuerzas en nada.
A pesar de eso, Isaías dice con toda seguridad en la segunda parte del versículo: “pero mi derecho está en el Señor, y mi recompensa con mi Dios”. En otras palabras: “lo dejo todo en manos del Señor; confiaré en que Dios me recompense” (NTV). Teniendo en cuenta todo eso podemos afirmar lo siguiente:
- Es trabajo de Dios salvar almas, convertir corazones, hacer que vidas produzcan frutos.
- Es trabajo tuyo proclamar fielmente la Palabra de Dios.
- Has hecho un buen trabajo cuando proclamas la Palabra de Dios con fidelidad –aunque quienes te escuchan no responda adecuadamente.
- Dios no te recompensará por cuántos respondieron adecuadamente, sino por cuán fiel fuiste. En palabras de Charles Bridges: “Nuestra recompensa no se mide de acuerdo a ‘nuestro éxito’, sino de acuerdo a ‘nuestra labor’. Y como con nuestro bendito Maestro, se nos garantiza incluso en el fracaso de nuestra ministración”.
LA EXPERIENCIA DE JESUCRISTO
Jesucristo entiende lo que es trabajar aparentemente en vano y gastar las fuerzas aparente en nada. Él fue quien «a lo suyo vino, y los suyos no le recibieron» (Jn. 1:11). Él fue quien le habló muchas cosas en parábolas a Judíos que no querían reconocerlo como el Mesías (Mt. 13). Él fue a quien las multitudes primero le gritaban “¡hosanna!” y después “¡sea crucificado!”. Pero también, Jesucristo es aquel que tras su muerte fue recompensado: “Debido a la angustia de su alma, El lo verá y quedará satisfecho. Por su conocimiento, el Justo, mi Siervo, justificará a muchos, y cargará las iniquidades de ellos. Por tanto, yo le daré parte con los grandes y con los fuertes repartirá despojos, porque derramó su alma hasta la muerte y con los transgresores fue contado, llevando El el pecado de muchos, e intercediendo por los transgresores” (Is. 53:11, 12).
¡No te rindas!