El 28 de agosto de 1963 se realizó “La marcha en Washington por el trabajo y la libertad”. Esa gran marcha, en la cual participaron más de 200 mil personas, fue organizada por Martin Luther King entre otros líderes. Y fue en esa marcha donde se pronunció el famoso discurso “I have a dream” [Yo tengo un sueño], en el cual King exteriorizó su deseo de que personas de piel negra y piel blanca pudieran vivir en armonía. En el año siguiente (1964) King recibió el Premio Nobel de la Paz por combatir la desigualdad racial con actividades no violentas.
Hoy, tras la muerte del ciudadano estadounidense de color, George Floyd, mientras éste era arrestado por la policía; muchos estadounidenses han salido a las calles a protestar en contra del racismo y la injusticia. Mientras que las protestas pacíficas no tienen nada de malo, muchas de esas protestas lamentablemente han pasado a convertirse en vandalismo: tiendas son saqueadas, se inician incendios, se rompen ventanas y se lanzan rocas a la policía.
NUESTRO PECADO
El racismo y el maltrato de parte de la policía son pecados, pero también lo es el vandalismo. Y todo esto que está pasando no es más que la confirmación de que, como Paul David Tripp siempre dice, los pecadores tienden a responder pecaminosamente al pecado de otras personas.
Ahora, no nos apresuremos a apuntar nuestro dedo acusador a esas personas porque nosotros, tú y yo, somos esos pecadores. Es la esposa que, cuando se esposo le habla ásperamente, le grita a su esposo. Es el hijo que desea que su padre se muera, después de ser abandonado por su padre. Es el joven que cree tener derecho a mentirle a su amigo que una vez le mintió. Es el empleado que comienza a llegar tarde a su trabajo y ya no es eficiente porque su empleador no quiere pagarle según lo acordado.
El apóstol Pedro escribió su primera carta para animar a los cristianos a perseverar en la fe en Jesucristo en medio del sufrimiento y la persecución. Y en la última sección del capítulo 2 él habló a los siervos. Y el mandamiento de Dios, a través de Pedro, para los siervos fue que se sometieran a sus amos con todo respeto (v. 18). Ellos debían estar sujetos con respeto incluso a esos amos insoportables que los hacían sufrir injustamente.
Con eso no se estaba apoyando la injusticia de los amos contra sus siervos. En Colosenses 4:1 Dios exhortó a los amos con palabras muy claras: “Amos, tratad con justicia y equidad a vuestros siervos, sabiendo que vosotros también tenéis un Señor en el cielo”. Y en 1 Corintios 7:21 el apóstol Pablo animó a los siervos a buscar su libertad por medios legítimos. Pero Pedro reconoce que hay una manera de responder a los amos que no tiene justificación alguna y no es aprobada por Dios.
¿Por qué un mandato así está en la Biblia? Porque nuestra respuesta natural ante las injusticias que se cometen contra nosotros no es una respuesta santa o justa. O en otras palabras, como vimos anteriormente, porque los pecadores naturalmente tienden a responder pecaminosamente al pecado de otras personas. Y lo que Dios está diciendo aquí es que Él espera que no respondamos pecaminosamente cuando pecan contra nosotros.
NUESTRO SALVADOR
Dentro de la misma sección, versículos 21-25, Pedro presentó a Jesucristo como nuestro Salvador y nuestro modelo a seguir. Jesucristo es, en primer lugar, nuestro Salvador. Eso es claro cuando el apóstol dice que «Cristo sufrió por vosotros». Es decir, el sufrimiento que tú y yo merecíamos por nuestro pecado Él lo tomó; Él se puso en nuestro lugar.
A diferencia de nosotros, Jesucristo nunca respondió pecaminosamente al pecado que otras personas cometieron contra Él: “y quien cuando le ultrajaban, no respondía ultrajando; cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba a aquel que juzga con justicia” (v. 23). Jesucristo no fue a la cruz por Sus pecados, ya que Él nunca pecó; Él fue a la cruz por nuestros pecados. Y por eso Jesucristo es el único y suficiente Salvador en quien nosotros los pecadores-que-respondemos-pecaminosamente podemos encontrar perdón.
NUESTRO MODELO
Jesucristo es, en segundo lugar, nuestro modelo: “dejándoos ejemplo para que sigáis sus pisadas”. Jesucristo no era como los fariseos que decían lo que se tenía que hacer, pero no querían hacerlo. Ni es como ese doctor que te dice que no fumes, pero él consume una caja de cigarrillos en menos de 24 horas.
Jesucristo no sólo enseñó con Su vida, sino también con Su ejemplo. Él nos enseñó qué hacer cuando nos ultrajan: no responder con ultrajo. Él nos enseñó qué hacer cuando padecemos por manos de los hombres malos: no amenazar. Él nos enseñó qué hacer cuando se nos hace sufrir injustamente: encomendarnos al Dios que juzga con justicia.
Ahora, nótese que el llamado a imitar a Jesucristo está acompañado de poder: “y Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz, a fin de que muramos al pecado y vivamos a la justicia, porque por sus heridas fuisteis sanados” (v. 24). La obra de Jesucristo no tan solo perdona nuestro pecado, sino que también rompe las cadenas que nos esclavizaban a éste y nos da la capacidad para vivir a la justicia. Es decir que cuando Dios nos llama a imitar a Jesucristo, no respondiendo pecaminosamente al pecado de otros, nos da también el poder para hacerlo.
Muy buen articulo, objetivo y biblicamente enfocado, el Señor nos ayude a buscar mas en su palabra, para parecernos mas a Cristo. Dios te siga bendiciendo!!