¿Tiene una persona algún valor?

Afirmamos que el pecado ha afectado a toda la persona –su mente, sus emociones y su voluntad–. Pero, al mismo tiempo, debemos cuidarnos de dar a entender que el hombre (varón y hembra) ha sido reducido a un animal (en el mejor de los casos) o a una basura (en el peor de los casos). El hombre ni es una basura ni es un animal, es mucho más.

El Salmo 8:6 dice que Dios ha hecho al hombre señorear sobre el resto de la creación y que todo está bajo sus pies (véase también Gén. 1:28). El mismo Jesucristo tocó varias veces este punto. Él dijo en Mateo 6:26 lo siguiente: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros de mucho más valor que ellas?”. La respuesta a esa pregunta de Jesucristo es obvia: ¡claro que el hombre vale más que las aves del cielo! ¡mucho más! Y en Mateo 10:31 Jesucristo dijo que el hombre es más valioso que muchos pajarillos: “Así que no temáis; vosotros valéis más que muchos pajarillos”. Jesucristo también dijo, en Mateo 12:12, que el hombre vale mucho más que una oveja. En Mateo 16:26 Jesucristo dijo: “Pues ¿qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma? O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?”. El alma del hombre vale más que el mundo entero; por lo tanto, cambiar el alma por el mundo entero sería una necedad. Así que, sí, una persona es valiosa y más valiosa que el resto de la creación1.

Ahora, ¿por qué el hombre es valioso? La razón por la cual el hombre es valioso es porque el hombre (varón y hembra) es la única criatura creada a imagen y semejanza de Dios: “Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra” (Gén. 1:26).

Para aquellos que son cristianos hay otra razón por la cual ellos son valiosos; y es que, por la gracia de Dios en Jesucristo, ellos fueron adoptados como hijos de Dios: “Pero a todos los que le recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en su nombre” (Jn. 1:12).


1 Debemos también cuidarnos de decir que Jesucristo tuvo que venir a salvarnos debido a cuán valiosos somos. La razón, según la Biblia, por la cual Jesucristo quiso venir a salvarnos fue debido a la gloriosa gracia de Dios.

Compasión por el alma y el cuerpo.

Mientras Jesús caminó sobre esta tierra, Él predicó, enseñó y salvó a muchas personas (Mt. 9:35; Jn. 4:39-42); pero también Jesús sanó a muchos de distintas enfermedades y alimentó a una gran multitud –en todo esto Dios fue glorificado. Jesús manifestó compasión, se preocupó, por el alma de las personas y sanó la principal enfermedad de estas: el pecado. Pero también, Jesús manifestó compasión, se preocupó, por el cuerpo de las personas, al suplirles alimento y darles sanidad. Nosotros, como seguidores de Jesús, debemos recordar esto: Jesús se preocupó principalmente por el alma de las personas, pero no olvidó, no descuidó, sus cuerpos.

En Mateo 14:13-21 encontramos a Jesús con 5,000 hombres «sin contar las mujeres y los niños» (si se hubieran contado las mujeres y los niños, la cifra sería de más de 10,000 personas). El versículo 15 nos muestra como los discípulos de Jesús se compadecieron de la multitud, pues le sugirieron a Jesús que despidiera a la multitud para que ésta pudiera comprar algo de comer. Pero el versículo 14 nos dice que mucho antes de que los discípulos le dijeran esas palabras a Jesús, Él ya había sido movido a compasión: “Y al desembarcar, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos”. La compasión de Jesús le llevó a sanar a los enfermos: «y tuvo compasión de ellos y sanó a sus enfermos» (v. 14b); y a alimentar a los hambrientos: «Y ordenando a la muchedumbre que se recostara sobre la hierba, tomó los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, bendijo los alimentos , y partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la multitud. Y comieron todos y se saciaron. Y recogieron lo que sobró de los pedazos: doce cestas llenas» (vv. 19,20).

En Marcos 6:30-441 (pasaje paralelo), específicamente el versículo 34 dice: “Al desembarcar, El vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas sin pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas”. Aquí se nos dice que la compasión  de Jesús por la multitud le llevó a enseñarles muchas cosas.

Nosotros, como seguidores de Jesús, debemos preocuparnos primeramente por el alma de las personas (predicando el evangelio), pero también por sus cuerpos (supliendo sus necesidades físicas siempre que esté dentro de nuestras posibilidades). Timothy Keller dijo: “Si deseas compartir tu fe con la gente necesitada, pero no haces nada por ellos en sus condiciones dolorosas, dejarás de mostrarles la belleza de Cristo”. Si predicamos la el evangelio, pero no alimentamos con pan los estómagos vacíos –teniendo la posibilidad de hacerlo; no nos parecemos a Cristo. Si alimentamos con pan los estómagos vacíos, pero no predicamos el evangelio; tampoco nos parecemos a Cristo. Si queremos parecernos a Cristo, tengamos compasión tanto por el alma como por el cuerpo de las personas.

Termino con las siguientes palabras de Jonathan Edwards: “Personas muestran amor por los demás en cuanto a sus necesidades físicas, más no tienen amor por sus almas. Otros pretenden un gran amor por las almas de los hombres sin tener compasión por sus cuerpos. (Aparentar gran compasión y angustia por las almas puede no costarnos nada; para mostrar misericordia a los cuerpos de los hombres, tenemos que soltar la billetera.) El verdadero amor Cristiano se extiende tanto a las almas como a los cuerpos de nuestro prójimo. Así fue la compasión de Cristo como la vemos en Marcos 6:33-44. Su compasión por las almas de la gente lo movía a enseñarles, y su compasión por sus cuerpos lo movía a alimentarles con el milagro de los cinco panes y dos peces2”.


1 Este pasaje no se oponen al de Mateo, sino que lo complementa.

2 Jonathan Edwards. Los afectos religiosos (USA: Publicaciones Faro de Gracia, 2000), pp. 78,79.