En este mes (Mayo) en el cual muchos celebran el día de las madres quiero honrar a las madres, en particular a la mía, como un hermoso regalo y honrar al Dios aún más hermoso que nos ha dado a las madres. Consideremos juntos a Isaías 49:15, que dice:
“¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaré”.
Esa fue la respuesta de Dios a Su pueblo, el cual decía: “El SEÑOR me ha abandonado, el Señor se ha olvidado de mí” (v. 14). Dios quería asegurarle a Su pueblo que independientemente de las circunstancias en las cuales ellos se encontraran, Él no los había abandonado ni olvidado. Y para lograr eso Dios tomó como ejemplo la compasión que tiene una madre por su hijo. ¿Por qué este ejemplo y no otro? Porque el amor de una madre por sus hijos si no es el más grande, es uno de los más grandes que puede tener una persona que habita en esta tierra para con otra persona de esta tierra.
Volvamos a la pregunta: “¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas?”. Respuesta: A duras penas una madre se olvidaría de sus hijos y no tendría compasión de ellos –difícilmente haga tal cosa, es casi imposible–. No es de extrañar que los compañeros hagan tal cosa, tal vez los amigos e incluso algunos familiares hagan eso, pero no una madre. Así es una madre: a ella misma le atormenta ver a sus hijos atormentados, busca el beneficio de sus hijos a expensas del suyo o como si el beneficio fuera directamente de ella1, se goza como ninguna otra persona de esta tierra al hacer bien a sus hijos. Pasa un día y pasa otro, mas sus hijos aún están en su memoria y su amor por ellos no se ha extinguido. Una madre no puede desprenderse fácilmente de sus hijos (en el sentido de olvidarlos y no amarlos), su corazón está atado fuertemente a ellos. Así que, mamá, por tu hermoso corazón y por manifestar tu amor de diversas maneras, hoy te digo: No ignoro tu mucho amor… ¡Gracias, sabe que yo también te amo!
Ahora, si el regalo es bueno, mucho más Aquel que lo dio; si el corazón de una madre es hermoso, aún más el corazón de Aquel que es bueno por naturaleza. Eso se confirma con lo que dice la segunda parte del versículo (Isaías 49:15b): “Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaré”. La compasión divina excede con creces a la compasión de una madre. Aunque a duras penas una madre se olvidara de sus hijos y no tuviera compasión de ellos, Dios nunca olvidará a los Suyos –aunque a veces parezca así a nuestros sentidos–. Si lo primero (que una madre olvide a su hijo) es casi imposible que suceda, lo segundo (que Dios olvide a los Suyos) es absolutamente imposible que suceda. Dios, por Su gracia en Jesucristo, nunca dejará de tener compasión o de amar a los Suyos. ¡Oh Dios nuestro, cuánto te amamos!
1 Véase Mateo 15:21-28, donde la mujer cananea cuya hija estaba endemoniada no dijo: “Ten misericordia de mi hija… socorre a mi hija”; sino: “Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí… ¡Señor, socórreme [a mí]!”. Su bienestar era el bienestar de su hija.