A todos los verdaderos cristianos:
Tú has escuchado qué ser superlativamente excelente es tu Dios. Sus excelencias son motivo de gozo y consuelo para ti; puedes sentarte y meditar en ellas con placer y deleite. Los pensamientos acerca de la grandeza, el poder, la santidad, y la justicia de Dios son motivo de terror para el impío, y serán motivo de terrible asombro para ellos por siempre; pero éstos son consoladores y causa de gozo para ti. Los más terribles y espantosos atributos de Dios no necesitan ser terribles para ti, sino consoladores. Puedes pensar en su gran poder, en su terrible majestad, en su justicia vindicativa, con gozo, así como pensar en su misericordia y bondad; puedes pensar con gozo en que Él es un fuego consumidor, así como pensar en que Él es la Rosa de Sarón y el Lirio de los Valles, porque todos sus atributos están en de tu lado; su justicia y santidad, así como su misericordia, amor, y compasión. Puedes pensar en su descenso del cielo para juicio en su terrible majestad, y todo el mundo cayendo en pedazos ante Él con terremotos y truenos y relámpagos, y los demonios y los hombres impíos temblando en horror inexpresable y en asombro ante la vista de Él, con tanto consuelo como puedes pensar en Él colgando en la cruz. Has sido librado de la ira de este terrible Ser, estás en Cristo, un refugio seguro contra todo peligro, y donde nunca necesitas temer la sensación de su venganza. Su ira será derramada sobre sus enemigos, pero tú estás seguro y no necesitas temer: estás fuera del camino de ese torrente de azufre que enciende el fuego del infierno, y te has acercado al monte de Sión, la ciudad del Dios vivo, a la Jerusalén celestial, a miríadas de ángeles, a la asamblea general e iglesia de los primogénitos que están inscritos en los cielos, y a Dios el Juez de todos, y a los espíritus de los justos hechos ya perfectos, y a Jesús el mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la sangre de Abel.
Este Dios, con quien nada en el cielo se compara, ni nada se asemeja a Él entre los hijos de los poderosos; este Dios que es de generación a generación, un infinitamente poderoso, sabio, santo, y amante ser, quien es el alfa y el omega, el principio y el fin, es tu Dios: Él está reconciliado contigo y se ha vuelto tu amigo; hay una amistad entre tú y el Todopoderoso; te has hecho familiar a Él, y Él se dio a conocer ti, y se comunica a ti, conversa contigo como un amigo, habita contigo, y en ti, por su Espíritu Santo. Sí, Él te ha llevado a una relación más cercana con Él: se ha vuelto tu padre, y te tiene como su hijo; Él cuida de ti, se asegurará de que tengas provisión, se asegurará de que nunca te falte nada que sea útil para ti. Él te ha hecho uno de sus herederos, y coheredero con su Hijo, y te otorgará una herencia, como es otorgada a un hijo del Rey de Reyes.
Tú estás ahora en cierta medida santificado, y tienes la imagen de Dios en tu alma, pero más adelante, cuando Dios te reciba, a ti su amado hijo, en sus brazos, y te admita en el perfecto disfrute de Él como tu porción, serás completamente transformado a su semejanza, porque lo verás tal como Él es. La consideración de tener a un Dios tan glorioso como tu Dios, tu amigo, tu padre, y tu porción, y que tú lo disfrutarás a Él eternamente como tal, es suficiente para hacerte despreciar todas las aflicciones de este mundo y las adversidades, y aún la muerte misma, y pisotearlas debajo de tus pies.
Este artículo es un extracto tomado de: Jonathan Edwards. God’s Excellencies [Las excelencias de Dios]. Traducción de Misael Susaña.