“¿Qué niño es éste que al dormir / en brazos de María, / pastores velan, ángeles / le cantan melodías?”. Esa es la importante pregunta que William Chatterton Dix planteó en uno de sus himnos navideños (¿Qué niño es este?). En Mateo 1:21 se da respuesta a esa pregunta: “Y dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque El salvará a su pueblo de sus pecados”.
Ese nombre (Jesús) nos habla de la naturaleza de este niño que nacería. La versión Reina Valera tiene una nota al pie de la página que dice que el nombre “Jesús” significa Salvador. Aunque eso es ciertísimo, decir que el nombre “Jesús” significa meramente Salvador podría hacer que notemos Su obra, pero pasemos por alto Su naturaleza. “Jesús” es la forma griega del nombre hebreo «Josué» que significa Jehová es salvación o Jehová salva. Ese niño que nacería no sería nadie menos que Jehová. Notemos el versículo otra vez: “y le pondrás por nombre Jesús [que significa Jehová salva], porque El [“El” se refiere al niño que nacería, y “El” es enfático aquí: Él es quien salvará; Él personalmente, y por actos personales] salvará a su pueblo [nótese que se dice que este pueblo es pertenencia del niño que nacería] de sus pecados”.
Sí, es cierto que “Jesús” era un nombre común entre los judíos, pero no hubo ni habrá alguien, aparte de este niño, a quien mejor le quede este nombre. El mismo Josué no fue más que un tipo de Jesús. Además, recordemos que a diferencia de otros nombrados como Jesús, fue Dios mismo quien nombró a Jesús (“y le pondrás por nombre Jesús”).
Aunque este niño sería un humano como tú y como yo, Él no sería meramente un hombre más –tampoco sería un ángel–. Este niño es completamente Dios. Él ya estaba con Dios Padre desde antes del principio de la creación, y Él fue quien creó el cielo, la tierra y todo lo que hay en ellos (Jn. 1:1-3). Él es quien sostiene todas las cosas con la palabra de Su poder (Heb. 1:3); en Él todas las cosas se conservan unidas (Col. 1:17). Él es la imagen del Dios invisible (Col. 1:15). En Él reside corporalmente toda la plenitud de la Deidad (Col. 2:9). Él es el resplandor de la gloria de Dios, la expresión exacta de Su naturaleza (Heb. 1:3). Él es a quien los ángeles adoran (Heb. 1:6).
Él es quien apareció a Moisés en una llama de fuego en medio de una zarza y le dijo: “El dijo: No te acerques aquí; quítate las sandalias de los pies, porque el lugar donde estás parado es tierra santa… Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tenía temor de mirar a Dios” (Ex. 3:5, 6); y después agregó: “Ciertamente he visto la aflicción de mi pueblo… he escuchado su clamor… estoy consciente de sus sufrimientos. Y he descendido para librarlos” (vv. 7, 8). Él es Aquel que cuando Moisés le preguntó Su nombre, Él le respondió: “YO SOY EL QUE SOY” (v. 14); dando a entender así su eternidad –Él siempre es–, auto-existencia –Su vida no depende de nadie fuera de sí mismo– y auto-suficiencia –Él no necesita de nadie–. Por eso, más adelante, Jesús a aquellos judíos que llamaban “padre” a Abraham con mucho orgullo, le dijo: “antes que Abraham naciera, yo soy” (Jn. 8:58). Jesús es Dios mismo en esencia, Jesús es Jehová.
1ra parte; 2da parte