La respuesta a la pregunta “¿Qué niño es éste?”, planteada por William C. Dix en uno de sus himnos navideños, se encuentra en Mateo 1:21: “Y dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque El salvará a su pueblo de sus pecados”.
El nombre “Jesús” no sólo nos habla de la naturaleza del niño que nacería (es Dios mismo en esencia), sino que también nos habla de la obra de este niño que nacería. ¿Por qué este niño sería nombrado “Jesús”? “Porque El salvará”. La obra u oficio de Jesús es salvar. Ahora, este Mesías no vino, al menos en Su primera venida, como la nación de Israel lo esperaba –un rey triunfante que derrocaría al imperio romano y daría el reinado a Israel para siempre–.
Nótese que no se dice que Jesús salvaría a Su pueblo1 de la enfermedad o de la pobreza. Nótese que tampoco se dice aquí que Jesús salvaría a Su pueblo del infierno (aunque está implícito como afirmaré más adelante). El versículo dice que Jesús salvaría a Su pueblo de sus pecados. ¿Qué es el pecado? El pecado está profundamente arraigado en las personas (“sus pecados”). El pecado es básicamente una rebeldía desde el corazón hacia Dios (Is. 53:6; Ef. 2:3), que se manifiesta al hacer lo que Dios prohíbe (1 Jn. 3:4) y al no hacer lo que Dios manda que se haga (Stg. 4:17). De eso fue que Jesús vino a salvar. Jesús salva del pecado en un sentido pasado (salvación de la culpa del pecado), presente (salvación del poder del pecado) y futuro (salvación de la presencia del pecado). Y esa salvación también incluye la salvación de la justa ira de Dios y la salvación de la condenación eterna en el infierno.
¿Cómo salvaría Jesús a Su pueblo de sus pecados? Con Su vida de perfecta obediencia a la ley de Dios –obediencia que nos correspondía a nosotros, pero que no cumplimos–, Su muerte penal –castigo que nosotros debimos haber sufrido–, y Su resurrección confirmativa –que confirma que Jesús es el Salvador y que su sacrificio fue aceptado–.
Si todavía no eres cristiano, ¿qué tú harás con este mensaje? Sería una necedad de tu parte ser indiferente a éste. Por tu pecado Dios está justamente en tu contra y si rechazas al Salvador, ¿quién te salvara? Sabe, además, que si el hombre pudiera salvarse por sí mismo, Jesús no hubiera venido. En Hechos 4:12 se dice: “Y en ningún otro [que no sea Jesús] hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos”. Acércate a Dios por los méritos de Jesús. Confiesa tus pecados al Señor y dale la espalda a tus pecados, mientras le pides con confianza que te salve y, sin duda, así será.
Termino con las siguientes palabras de Thomas Wilcox: “[Cristiano,] en cada deber mira a Cristo: antes del deber, para perdón; en el deber, para asistencia; después del deber, para aceptación. Sin esto sólo será un deber carnal y descuidado. No legalices el evangelio como si una parte se quedara para que tú la hagas, o sufras, y Cristo fuera sólo un medio Mediador; como si debieras cargar parte de tu propio pecado, y hacer algo de satisfacción. ¡Qué el pecado rompa tu corazón, pero no tu esperanza en el evangelio!” (Honey out of the Rock).
1 Este pueblo no se limita a la nación de Israel (Lc. 2:30-32). “Su pueblo” son todos aquellos que Dios el Padre dio a Jesús desde la eternidad (Jn. 17:6), todos aquellos a quienes Dios ha regenerado (Ro. 2:28, 29), todos aquellos que confían únicamente en Jesús como su Salvador (Gl. 3:7). Esos son el Israel de Dios (Gl. 6:16).
1ra parte; 2da parte