Según nos dice la Palabra de Dios, todo cristiano verdadero ha sido sellado con el Espíritu Santo. Eso significa que esa persona ha pasado a ser posesión de Dios y sin duda alguna Dios terminará la buena obra de redención que comenzó en ésta. Ahora, no debemos olvidar que el Espíritu Santo no es una cosa ni un mero poder, sino que el Espíritu Santo es la tercera persona de la trinidad –Él es una persona–. Efesios 4:30 respalda lo que he dicho hasta ahora:
“Y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, por el cual fuisteis sellados para el día de la redención”.
Nótese que se dice que fuimos sellados con el Espíritu Santo, pero también se dice que no debemos entristecer al Espíritu Santo. Las cosas no sienten; por lo tanto, el Espíritu Santo es una persona. La palabra «entristecer» aquí hace referencia a un profundo dolor, a experimentar una tristeza emocional severa. Como la tristeza que experimentaron los discípulos cuando Jesús les anunció Su muerte (Mateo 17:23) o como la tristeza que experimentó Jesús en Getsemaní (Mateo 26:37).
¿Qué entristece al Espíritu Santo? Por el contexto sabemos que lo que entristece al Espíritu Santo es la lujuria, la inmundicia, las palabras corrompidas, la amargura, la ira, la malicia, etc. En resumen, nuestro pecado es lo que entristece al Espíritu Santo. El Espíritu Santo se entristece cada vez que nos rebelamos al hacer aquello que no debemos hacer y al no hacer aquello que sí debemos hacer (Isaías 63:10).
Entender eso, que el Espíritu Santo es una persona que es ofendida o entristecida profundamente por nuestros pecados, es una poderosa arma contra el pecado: cuando pecamos, no pecamos contra una cosa que no es afectada; sino que entristecemos a una persona con quien tenemos una relación, entristecemos a quien profesamos amar, entristecemos al buen Espíritu de Dios que sólo nos ha hecho el bien, entristecemos a quien nos ama tanto como sólo Dios lo puede hacer. Medita en todo eso y no peques más.