Job era un hombre «intachable, recto, temeroso de Dios y apartado del mal» (Job 1:1) a quien Satanás, por permiso de Dios, le quitó tanto las riquezas que tenía –incluyendo sus hijos– como su salud física (Job 1, 2). Los sufrimientos de Job fueron intensos y prolongados –al menos los físicos–, duraron más de lo que nosotros tardamos en leer todo el libro de Job. Los sufrimientos de Job eran tan grandes que su oración, su anhelo, era que Dios lo aplastara y acabara con su vida (Job 6:8, 9). Seguir viviendo, para él, era una tortura imposible de soportar.
Y es en este contexto que Job hace la siguiente pregunta: “¿Cuál es mi fuerza, para que yo espere, y cuál es mi fin, para que yo resista?” (Job 6:11). Job está preguntado: ¿qué me puede dar fuerza para ser paciente? ¿tiene todo esto un buen propósito para yo seguir viviendo? Job, en ese momento, no podía ver su fuerza ni su fin y por eso había arrojado la toalla. Hay una importante verdad que podemos aprender aquí: el saber y tener presente nuestra fuerza y el propósito del sufrimiento nos ayudará a soportar hasta el final en medio de la aflicción.
¿Y tú? ¿Sabes cuál es tu fuerza? ¿Sabes cuál es tu fin? Job nos dice donde no se encuentran: “¿Es mi fuerza la fuerza de las piedras, o es mi carne de bronce? ¿Es que mi ayuda no está dentro de mí, y está alejado de mí todo auxilio?” (vv. 12, 13). Job nos enseña que no busquemos nuestra fuerza y nuestro fin en nosotros mismos –pues no los vamos a encontrar–, sino fuera de nosotros mismos. Teniendo en cuenta toda la revelación de Dios en Su Palabra sabemos que nuestra fuerza está en Jesucristo y que nuestro fin es bueno.
Como dice Filipenses 4:13: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. En medio de la aflicción cuentas con Jesucristo, con Su Espíritu que te da fuerza y con Sus promesas de bien para ti. Una de esas promesas es: “Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación” (2 Co. 4:17). Tu sufrimiento no puede compararse a la gloria que te espera en el cielo.
Otra promesa de Dios te recuerda que tu fin es bueno: “Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito” (Ro. 8:28). La aflicción por la que estás pasando no es un error, hay un propósito detrás de ésta. Y el propósito detrás de ésta es bueno –no es para tu perjuicio, sino para tu beneficio–. Tal vez ahora no entiendas como Dios puede sacar algo bueno de algo tan malo; pero recuerda que tu trabajo es confiar y el de Dios es hacer que todo coopere para tu bien –y Él es experto en hacer eso–.
Así que, ten presente estas verdades en medio de la aflicción y espera con paciencia.
Amén!