Gloria, soberanía y bondad de Dios.

Juan 9 relata que Jesús estaba pasando por el camino y vio a un ciego que estaba sentado, mendigando (v. 8). Y se nos dice que este ciego tenía esa condición desde su nacimiento. ¡Qué triste y seria era su enfermedad! No era una simulación. No era una enfermedad que con el tiempo se podía curar –él nació ciego, pasó toda su niñez ciego y ya era adulto y todavía estaba ciego–. Tampoco era una enfermedad que se podía mejorar con un medicamento o tratamiento.

NO POR UN PECADO

Los discípulos de Jesús se dirigieron a Él como “Rabí”, que significa “maestro”. Ellos tenían una pregunta difícil que sólo podía ser respondida por un maestro con un vasto conocimiento de la revelación divina. “¿Quién pecó…?” –ellos preguntaron–. Su pregunta no fue si la ceguera de este hombre era debido a un pecado, ellos suponían que sí. Ellos estaban preguntando si el pecado que había causado esta enfermedad –según ellos– había sido cometido por este hombre o por sus padres.

Recordemos que en Juan 5, Jesús le había dicho al paralítico de Betesda: “Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te suceda algo peor” (v. 14). De ese pasaje aprendemos que una enfermedad puede ser el resultado de algún pecado específico cometido.

Pero debemos cuidarnos de llegar a esa conclusión rápidamente cuando veamos una enfermedad en otras personas o en nosotros mismos. No importa lo grave que ésta sea. ¿Por qué? Porque, en esta ocasión, Jesús les enseñó a Sus discípulos –y a nosotros– que una enfermedad no siempre es el resultado directo de algún pecado específico cometido:

“Ni este pecó, ni sus padres; sino que está ciego para que las obras de Dios se manifiesten en él” (v. 3).

SÍ PARA LA GLORIA DE DIOS

Dios había escogido a este hombre para ser como una pantalla a través de la cual las personas verían las obras gloriosas de Dios. Obras que Dios haría en este ciego, a través de Jesús, a quien Él envió. Es decir que el encuentro de Jesús con este hombre ciego no fue coincidencia, sino que ya había sido planeado por Dios y estaba ahora siendo ejecutado por Jesús.

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Reflexionando en el diluvio.

Desde el pasado viernes 17 de noviembre (2023), la República Dominicana ha sido azotada por fuertes lluvias que han causado inundaciones en muchas partes del país. La directora de la Oficina Nacional de Meteorología (ONAMET) dijo que esta nación no había tenido tanta lluvia en tan corto período de tiempo.

Mientras escribo este artículo, el Centro de Operaciones de Emergencia (COE) reporta:

  • 7,915 personas movilizadas a zonas seguras;
  • 1,583 viviendas afectadas;
  • 29 comunidades incomunicadas;
  • 21 personas muertas.

Lloro con aquellos que han perdido seres queridos. Le brindo mi mano de ayuda a aquellos que han perdido cosas materiales. Y reflexiono al comparar este “diluvio local” con el diluvio universal que se relata en los capítulos 7 y 8 del libro de Génesis.

EL DILUVIO UNIVERSAL

En Génesis 7 y 8 (o Génesis 6 al 9 en un contexto más amplio) se relata como Dios mandó un diluvio sobre toda la tierra para hacer desaparecer a todo ser viviente; excepto a Noé, su familia y los animales que habían entrado en un arca. El diluvio fue un juicio de Dios sobre la humanidad debido a sus muchos pecados.

LA BONDAD DE DIOS

Aun con lágrimas en nuestros ojos debido a todas las pérdidas que han dejado estas lluvias, podemos ver la bondad de Dios. ¿Cómo?

Primero, esto que muchos llaman “diluvio” no se compara al diluvio que se relata en Génesis: en Génesis, el diluvio fue universal, el disturbio atmosférico que afectó a República Dominicana no; en Génesis, las lluvias cayeron por cuarenta días y cuarenta noches, las lluvias que cayeron sobre República Dominicana no; los muertos que dejó el diluvio en Génesis fueron mucho, muchísimo más que los muertos que dejaron estas lluvias; en Génesis, las aguas subieron quince codos (aproximadamente 675 cm) por encima de todos los montes altos, en República Dominicana ha caído un poco más de 12 pulgadas de lluvia.

Por favor no me malinterpretes. No estoy diciendo que las más de 12 pulgadas de lluvias y los 21 muertos no son lamentables; lo que estoy diciendo es que pudo haber sido peor, pero que no lo fue debido a la bondad de Dios.

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¿Qué es bendecir al Señor y cómo puedo hacerlo?

“Bendice, alma mía, al Señor, y bendiga todo mi ser Su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de Sus beneficios” (Salmos 103:1, 2).

Lo primero con lo que nos topamos al leer el Salmo 103 es con un “Bendice”. El salmista repite lo mismo en el versículo dos y vuelve a repetirlo en los últimos tres versículos del capítulo (en plural). Y aunque los cristianos decimos mucho “¡bendiciones!” y “¡Dios te bendiga!”, ¿sabes lo que significa?

Bendecir es literalmente decir cosas buenas. Cuando nosotros bendecimos a otros hombres le deseamos que cosas buenas vengan sobre sus vidas. Pero bendecir, en el contexto del Salmo 103, es una expresión de adoración. ¿Adoración a quién? El salmista dice: “al Señor”.

Cuando nosotros bendecimos al Señor no estamos deseando que cosas buenas vengan sobre Dios. Cuando bendecimos al Señor no estamos añadiendo algo bueno a Dios como si Él no lo tuviera y necesitara de nosotros para tenerlo. Cuando bendecimos al Señor estamos describiendo a Dios. Dicho de otra manera, no hacemos nada más que reconocer lo bueno, lo hermoso, lo glorioso, lo majestuoso, lo perfecto que Él ya es.

El Señor es eterno, sin principio ni final. El Señor fue quien dio origen y quien sustenta a los cielos y la tierra. El Señor es auto-existente y auto-suficiente, por lo tanto, Él es el único que no necesita de nada ni de nadie fuera de sí mismo. El Señor es el único Dios verdadero, nadie es como Él. El Señor es Santo, Santo, Santo. El Señor es el Rey de reyes y Señor de señores; a Él todos tienen que dar cuenta, y no hay nadie por encima de Él.

Aun así, el Señor liberó a la nación de Israel de la esclavitud en Egipto y nos salvó, en Jesucristo, de nuestros pecados. El Señor ha adquirido un pueblo para sí y Él se ha comprometido a ser su Dios. ¡A ese Dios es que hay que bendecir!

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El mejor Padre de todos.

«Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?» (Mateo 7:11. RVR1960).