Poco antes de los clavos y la cruz, Jesucristo ya estaba muy afligido hasta el punto de la muerte; porque sabía que pronto bebería toda la copa de la ira de Dios para que pecadores como tú y yo hoy tengamos salvación. En Getsemaní, encontramos a nuestro Salvador Jesucristo –100% hombre y 100% Dios– orando: “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú quieras” (Mt. 26:39). Esa oración de nuestro Salvador es muy instructiva para nosotros.
PIDE CLARAMENTE LO QUE QUIERES
Nótese que Jesucristo no oró meramente: “Padre mío, no sea como yo quiero, sino como tú quieras”; la oración de Jesucristo tampoco fue una oración vaga o imprecisa: “Padre mío, tú sabes lo que yo quiero, pero no sea como yo quiero, sino como tú quieras”. La oración de Jesucristo fue precisa, Él expresó claramente lo que quería en ese momento: “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa” (v. 39). Son muchas las veces que he escuchado a cristianos orar de una manera que termino preguntándome qué fue lo que oraron; no porque hayan expresado deseos ilícitos, sino porque en verdad no pidieron nada claro –sus oraciones fueron muy vagas–. Esto no tiene porqué ser así. Podemos pedir claramente lo que queremos, podemos expresar claramente deseos lícitos.
PIDE HASTA QUE DIOS RESPONDA
No fue una ni dos veces que Jesucristo pidió al Padre que si era posible pasara de Él aquella copa, Jesucristo oró con las mismas palabras tres veces (vv. 42, 44). Pero, una vez que Jesucristo vio la respuesta del Padre, dejó de orar con esas palabras (véanse vv. 45-46). Asimismo debemos hacer nosotros, orar pidiendo claramente lo que queremos y hacerlo con insistencia hasta que veamos la respuesta de Dios (aun si es un “no”).
SOMÉTETE A LA VOLUNTAD DE DIOS
Aun Jesucristo siendo el Hijo de Dios, vemos que Él se sometió a Dios Padre. En la misma oración que Jesucristo pidió claramente lo que quería, Él concluyó de la siguiente manera: “pero no sea como yo quiero, sino como tú quieras” (v. 39). Asimismo nosotros, más que agregar “no como yo quiero, sino como tú” al final de nuestras oraciones, debemos tener un corazón dispuesto a someterse a cualquiera que sea la voluntad de Dios para nuestras vidas. Que Su voluntad prevalezca sobre la nuestra. Y esa sumisión es gozosa, ya que Dios es nuestro Padre –sabe lo que es mejor para nosotros–, Su voluntad es perfecta –no podemos mejorarla– y todas las cosas cooperan para nuestro bien –Dios hace lo mejor para nosotros–.