Isaías 53 relata los sufrimientos del siervo del Señor, Jesucristo; sufrimientos a los que Él se sometió para salvar a pecadores como tú y como yo. El profeta Isaías transmite esa verdad de una manera peculiar, específicamente en los versículos 4b-5 que dicen:
“nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido. Mas El fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre El, y por sus heridas hemos sido sanados”.
Nótese que dice: “nosotros le tuvimos”. Es como si nosotros estuviéramos siguiendo de cerca los sufrimientos de Jesucristo. Vemos que es despreciado y desechado, es quebrantado, es azotado, es herido, es afligido. Lo escuchamos gritar de dolor. Y concluimos que esto es más que un grupo de hombres castigando a otro, es Dios mismo castigando a Jesucristo (“azotado, por herido de Dios y afligido”).
Mientras miramos todos Sus sufrimientos, nos preguntamos con curiosidad cuáles son los crímenes de Jesucristo, qué tan grande es su pecado para que Dios lo castigue con tal severidad. Es aquí donde entra el profeta con un “mas” (sinónimo de “pero”, expresa contraste), corrigiendo nuestra línea de pensamiento: “Mas El fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre El, y por sus heridas hemos sido sanados” (v. 5). Es como si el profeta nos dijera: “Sí, Jesucristo está siendo castigado y sí, está siendo castigado por Dios mismo (“Pero quiso el Señor quebrantarle, sometiéndole a padecimiento”, v. 10a). Pero no, no es por Sus propios pecados ya que Él nunca pecó (“aunque no había hecho violencia, ni había engaño en su boca”, v. 9). Él está siendo castigado, como tu sustituto, debido a tus pecados”.
Nuestras son las transgresiones, Suyas son las heridas. Nuestras son las iniquidades, Suyo es el ser molido. Nuestra es la paz, Suyo es el ser castigado. Nuestra es la sanidad, Suyas son las llagas.
¡Con razón te aman!