Jesed no se trata de una mera emoción sin compromiso de parte de Dios. Jesed tampoco se trata de un mero compromiso sin afecto de parte de Dios. Jesed, en relación con Dios, se trata del amor perpetuo de Dios por Su pueblo.
Y una vez nosotros mismos hemos gustado ese amor en Jesucristo, entonces veámoslo como el modelo para todo matrimonio. Y eso es adecuado ya que Dios constantemente ilustra Su amor por Su pueblo con el amor de un esposo por su esposa (Os. 2:19, 20) y, además, el matrimonio es una representación de la relación entre Jesucristo y Su iglesia (Ef. 5:23-33). Y antes de proseguir quiero dirigirme brevemente a los esposos: cuando Dios deje de relacionarse con Su pueblo con ese amor perpetuo –algo que nunca pasará– tú podrás dejar de relacionarte con tu esposa así.
El matrimonio no se trata de una emoción débil, que va y viene, y que puede dejar de ser. Más bien se trata de una firme determinación y acción de permanecer fiel al pacto, se trata de permanecer comprometidos a pesar de las debilidades y pecados del otro. Ahora, el matrimonio tampoco se trata de una determinación sin afectos, que viene de un corazón frío. Más bien se trata de una determinación, un compromiso gozoso, con deleite, con un sincero deseo de agradar al otro (i.e. Amor real, sin fingimiento). Vuelvo a repetir que no se trata de una mera emoción sin compromiso, ni tampoco de un mero compromiso sin afecto; se trata de un amor perpetuo.
Si Dios ama perpetuamente a Su pueblo, ¿cómo haremos nosotros algo menor a eso? ¿Acaso eres mayor que Dios para no amar perpetuamente a tu cónyuge? ¿Acaso las debilidades y pecados de tu cónyuge son más que tus debilidades y pecados para con Dios pero que aun así Él te sigue amando? ¡Oh, que Dios haga abundar esta gracia en los matrimonios presentes, y en los futuros, para nuestro bien y Su gloria en y a través de nosotros! Amén.
1ra parte; 2da parte