En el artículo anterior dije que el único que acabará total y definitivamente con todos los males de nuestra sociedad es Jesucristo –no algún candidato político–. Sin embargo, aclaré que eso no significa que no ejerceremos el voto; sino que no pensaremos que aquel por quien votaremos es el Mesías o nuestro Salvador.
¿DEBO VOTAR?
Votar no es tan solo un derecho que tenemos como ciudadanos, sino también un deber. Y como cristianos Dios nos llama, a través de Su Palabra, a someternos a las autoridades que nos gobiernan:
“Sométase toda persona a las autoridades que gobiernan; porque no hay autoridad sino de Dios, y las que existen, por Dios son constituidas. Por consiguiente, el que resiste a la autoridad, a lo ordenado por Dios se ha opuesto; y los que se han opuesto, sobre sí recibirán condenación” (Romanos 13:1, 2).
¿POR QUIÉN VOTAR?
La Biblia dice claramente que «no hay justo, ni aun uno» (Romanos 3:10). Ahora, eso no quiere decir que el hombre sin la gracia salvadora de Dios es tan malo como podría llegar a ser. Dios, en Su gracia común, refrena el pecado de los pecadores que no son cristianos para que no sea tan pecaminoso como podría ser.
A la hora de votar no debemos hacerlo por nuestro color favorito o por el partido por el cual siempre hemos simpatizado, sino que debemos votar por aquel candidato en el cual la gracia común de Dios sea evidente.
No debemos votar por un candidato que pinte «el vicio con colores de virtudes», que haga que «el pecado luzca normal y la justicia extraña», que celebre lo inmoral y que condene lo moral. Siendo más prácticos, no debemos votar por un candidato que promueva el matrimonio homosexual y el aborto.
¿Y SI NO GANA?
Algunos no votan por el candidato en el cual es evidente la gracia común de Dios porque «no va a ganar». Ahora, ¿te has detenido a pensar que ese candidato no gana debido a que todos dan su voto a otro pensando que él no va ganar? El cambio no es sólo de uno, pero empieza por uno.
Aun si el candidato en el cual es evidente la gracia común de Dios no gana, puedes tener una conciencia irreprensible delante de Dios al saber que has hecho lo que está de acuerdo a Su voluntad.