La Biblia dice que «la salvación es del Señor» (Jonás 2:9), Él es quien concede «el arrepentimiento que conduce a la vida» (Hch. 11:18) y la fe «es don de Dios» (Ef. 2:8). Eso nos debe llevar a confesar que nosotros no podemos salvar a nadie y, por lo tanto, debemos orar para que Dios salve a muchos. Ahora, no es menos cierto que Dios salva a los que creen únicamente «mediante la necedad de la predicación» (1 Co. 1:21). Es decir, no podemos esperar que Dios salve a muchos si no les predicamos el evangelio. No es orar o predicar, es orar y predicar.
La Biblia dice que dos son mejores que uno: “Más valen dos que uno solo, pues tienen mejor remuneración por su trabajo” (Ec. 4:9). Y en el evangelismo no hay una excepción: cuando Jesús envió a los setenta a predicar, Él «los envió de dos en dos delante de El».
He encontrado las siguientes preguntas muy útiles al momento de iniciar a evangelizar a una persona: ¿Eres una buena persona? ¿Crees que Dios está contento con la clase de vida que llevas? ¿Crees que si estuvieras hoy delante de Dios, Él te dejaría entrar al cielo basado en tu desempeño? Dependiendo de las respuestas que obtenga, evangelizo a partir de pasajes como Romanos 5:7, 8 (en donde se presenta cuán lejos llegó Dios en Su amor para salvar pecadores) o pasajes como Gálatas 3:10-14 (en donde se presenta cuán pecadores somos todos sin excepción).
El evangelismo no es un trabajo de una o dos veces al año, sino que debe ser una realidad cada día de nuestras vidas y en cada contexto en el cual nos movemos (con nuestros amigos y familiares, en el trabajo o el centro de estudios). Y eso será una realidad cuando proclamemos el evangelio de Jesucristo a partir de la situación en la cual nuestros oyentes se encuentran. Eso fue lo que Jesús hizo en Juan 4, cuando a la mujer samaritana que vino a sacar agua del pozo Jesús le dijo Él podía darle agua viva. O en Juan 6, cuando una multitud fue buscando a Jesús para que le diera más pan y Jesús le dijo que Él es el pan de vida. Lo mismo hizo Pablo en Hechos 17, cuando proclamó el evangelio a partir de un altar que tenía escrito «AL DIOS DESCONOCIDO». O lo que hizo David Platt en un barrio francés de Nueva Orleans al establecer un puesto para “leer el futuro gratis”1.
Una vez hemos evangelizado a alguien y esa persona se ha arrepentido y ha confiado en Jesucristo, el trabajo no termina allí. Jesucristo nos mandó a hacer discípulos: “Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:19, 20). Y hacemos discípulos al bautizarlos y al enseñarles a obedecer lo que Jesús ha mandado.
Uno de los obstáculos que surgen en nuestro camino al momento de evangelizar es la vergüenza. Pero del apóstol Pablo aprendemos que no tenemos razón alguna para avergonzarnos; porque el evangelio no es debilidad, sino poder de Dios para salvar a todo aquel que cree (Ro. 1:16). Y nadie se avergüenza del poder. Además, el mismo Jesucristo prometió estar con nosotros todos los días (Mat. 28:20).
Tenemos el privilegio y la responsabilidad de predicar el glorioso evangelio de Jesucristo. No hay trabajo más excelente que éste. Si nosotros no lo hacemos, los ángeles no lo harán; los pecadores no podrán creer en Jesucristo para tener vida eterna y la ira de Dios permanecerá sobre ellos. Así que, evangelicemos a los pecadores por amor a Dios y por amor a ellos o, dicho de otra manera, para la gloria de Dios y el beneficio de ellos.
1 Puedes leer la historia completa en el libro Radical, páginas 93-95. Básicamente, David Platt y unos amigos invitaban a las personas a que le permitieran “leerles el futuro”. Les hacían preguntas que los llevara a entender que debido a su pecado su futuro no era nada bueno, pero que Jesucristo podía cambiar eso.