Después de que Donald Trump ganara las elecciones presidenciales de los Estados Unidos el pasado 8 de noviembre, se han reportado protestas en varias ciudades de ese país. Miles de personas han salido a las calles, diciendo que no quieren a Trump como su presidente. Ahora, quiero dirigir su atención a algo que es más importante que lo que está pasando en los Estados Unidos.
NO PROSPERARÁN
Dios es el rey de todo el universo, Él lo creó y tiene derecho sobre toda Su creación. Pero todos los hombres (varón y hembra), en todo lugar, se han rebelado contra Dios diciendo: “No queremos que éste reine sobre nosotros” (Lc. 19:14). Desde un corazón rebelde no se han interesado en Dios ni Su ley; sino que han hecho lo que Él no quiere que se haga y no han hecho lo que Él sí quiere que se haga.
Y estoy aquí para decirles, en primer lugar, que todos aquellos que continúan en su rebelión no prosperarán. Estas serán las palabras del Rey en el día final: “Pero a estos mis enemigos, que no querían que reinara sobre ellos, traedlos acá y matadlos delante de mí”. (Lc. 19:27).
UNA REBELIÓN SIN CAUSA
¿Por qué los hombres se rebelan contra Dios? ¿Es porque Él no sabe cómo gobernar? No, porque Dios es demasiado sabio como para cometer un error. ¿Es porque Él no es bueno? No, porque Él es supremamente bueno y no ha sido injusto con nadie. ¿Es porque Él no puede llevar a cabo Sus planes? No, porque Él tiene todo el poder para llevar a cabo Sus planes sabios y buenos a pesar de la oposición.
Y estoy aquí para decirles, en segundo lugar, que deben reconocer que su rebelión es sin causa: “sean avergonzados los que sin causa se rebelan” (Sal. 25:3b). La rebelión contra Dios no es debido a alguna falta en Dios, sino debido a que los hombres quieren rebelarse.
LA RECONCILIACIÓN
Pero este Rey es como ningún otro. A pesar de que Él es el ofendido y el mundo el ofensor, Dios envió a Su hijo Jesucristo para que fuera el sustituto de los rebeldes; para que Él sufriera el castigo de los rebeldes y los rebeldes disfrutaran la reconciliación con Dios: “Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no tomando en cuenta a los hombres sus transgresiones” (2 Co. 5:19).
Y estoy aquí para rogarles, en tercer lugar, que abandonen su necio pecado y se reconcilien con Dios: arrepiéntanse sinceramente de todos sus pecados, confíen en Jesucristo como Salvador y Señor. Y entonces serán librados de la ira venidera y disfrutarán de la paz con Dios.