Después de la muerte y la resurrección de Jesucristo, Él se manifestó a algunos de Sus discípulos que estaban pescando junto al mar de Tiberias y desayunó con ellos. Después de desayunar, Jesucristo le hizo las siguientes preguntas a Pedro:
“Entonces, cuando habían acabado de desayunar, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Pedro le dijo: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: Apacienta mis corderos. Y volvió a decirle por segunda vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro le dijo: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: Pastorea mis ovejas. Le dijo por tercera vez: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro se entristeció porque la tercera vez le dijo: ¿Me quieres? Y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas” (Juan 21:15-17).
Algunos piensan que lo que entristeció a Pedro fue la cantidad de veces que Jesús preguntó: Jesús hizo la misma pregunta (¿me amas?) a Pedro tres veces, la misma cantidad de veces que Pedro lo negó.
Otros piensan que lo que entristeció a Pedro fue específicamente la tercera pregunta de Jesús: mientras que las dos primeras veces en las que Jesús preguntó Él hizo la pregunta con el griego agapao (considerado por algunos como el amor más excelente), la última vez Él hizo la pregunta con el griego fileo (considerado por algunos como un amor inferior al mencionado anteriormente).
Ambas interpretaciones tienen buenos argumentos. Por un lado, es cierto que la Biblia usa de manera intercambiable el griego agapao y fileo (véanse Juan 3:35; 5:20) –al igual que Jesús utilizó de manera intercambiable “corderos” y “ovejas” en el pasaje que estamos considerando. Por otro lado, Jesús no hizo el cambio de agapao a fileo hasta la tercera pregunta y el texto parece indicar que fue por este cambio que Pedro se entristeció.
Ahora, independientemente de cuál sea la interpretación, hay dos verdades claras aquí que se aplican a todo cristiano verdadero:
La primera verdad es una triste realidad, y es que –al igual que Pedro– todavía no amamos a Jesucristo tanto como Él merece ser amado. La razón por la cual todavía pecamos es que no siempre amamos a Jesucristo más que a todo. Jesucristo es digno de nuestro amor más supremo; pero nuestro amor por Él es, como dice un himno, muchas veces frio.
La segunda verdad es que aunque todavía no amamos a Jesucristo tanto como Él merece, nuestro amor por Él es real. Pedro le dijo sin titubear a Aquel que lo sabe todo, incluso lo que hay en el rincón más recóndito del corazón, que sinceramente lo amaba. Asimismo, los cristianos podemos decirle con toda sinceridad a Dios que si Él busca en nuestro corazón, ciertamente encontrará allí amor por Él.