El apóstol Pablo (inspirado por Dios) aseguró que «todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos» (2 Timoteo 3:12). Eso porque no somos como el mundo y porque nuestro mismo Señor, a quien servimos, fue perseguido por el mundo (Jn. 15:19, 20). Por eso el apóstol Pedro escribió a los cristianos lo siguiente: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que en medio de vosotros ha venido para probaros, como si alguna cosa extraña os estuviera aconteciendo” (1 Pe. 4:12). El fuego de la prueba –la persecución inclusive– no debe ser visto por el cristiano como algo extraño, raro, poco común; no debe ser visto como algo sorprendente porque no se esperaba. Más bien, la no-persecución es lo que debe ser visto como algo extraño.
Escribo este artículo porque aunque la iglesia en occidente (especialmente en muchos países de América) ha considerado por muchos años la persecución como una cosa extraña, esto parece que está por terminar. Especialmente después de la legalización en muchos países de pecados como el aborto y la homosexualidad. Si en la voluntad de Dios la persecución llega hoy a ti, la respuesta apropiada no es entrar en pánico, sino:
- Alegrarte en que como compartes los sufrimientos temporales de Jesucristo, así también compartirás la revelación de Su gloria eterna (1 Pe. 4:13).
- Saber que perseverar en medio de la persecución es evidencia de que eres realmente salvo (v. 14), a diferencia de aquellos que ceden.
- Asegurarte de que eres perseguido no por algún pecado cometido, sino por tu fidelidad a Jesucristo (vv. 15, 16).
- Encomendar la seguridad de tu alma a Dios y continuar haciendo el bien o, dicho de otra manera, siendo fiel a Jesucristo (v. 19).
- Echar toda ansiedad, por medio de la oración, sobre Dios, quien cuida de los Suyos (1 Pe. 5:6, 7).
- Estar preparados para presentar razón de nuestra fe, con mansedumbre y reverencia (1 Pe. 3:15).
- Bendecir en vez de devolver mal por mal (v. 9).
- Ser santo, siendo diferente al mundo y similar a Dios (1 P. 1:6).
- Descansar en el poder del Dios que te preservará (v. 5). Esto es muy útil especialmente cuando sentimos que no perseveraremos en nuestras propias fuerzas.
- Saber que tienes «una herencia incorruptible, inmaculada, y que no se marchitará, reservada en los cielos» (v. 4).