En la cruz donde Jesucristo murió Dios manifestó Su gracia como en ningún otro lugar. Allí encontramos, para usar el lenguaje de Hechos 3, al Santo muriendo en manos de los pecadores; al Justo siendo crucificado por los impíos; al Autor de la vida muriendo. Ahora, ¿por qué el Santo y Justo está muriendo? Obviamente no es debido a algún pecado propio –Él es sin pecado–. Él está muriendo debido a pecados ajenos. ¿Los pecados de quién? Precisamente los pecados de aquellos que estaban en Su contra (i.e. Sus enemigos).
UN LADRÓN
Jesucristo fue crucificado entre dos ladrones y ambos ladrones al principio se unieron a los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos para injuriar a Jesucristo (Mt. 27:44). Pero después de un rato uno de esos ladrones reconoció su pecado: “Y nosotros a la verdad, justamente, porque recibimos lo que merecemos por nuestros hechos; pero éste nada malo ha hecho” (Lucas 23:41); confió en Jesucristo como el Rey Salvador: “Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (v. 42); y recibió la salvación: “Entonces El le dijo: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso” (v. 43).
EL CENTURIÓN
La Biblia relata acerca de un centurión que custodiaba a Jesús mientras Él moría en la cruz. Es muy probable que él, sea de manera pasiva o activa, haya participado de la burla que los soldados le hacían a Jesucristo al humillarle, escupirle y golpearle (Mt. 27:27-31). Sin embargo, poco tiempo después del último aliento de Jesucristo, el centurión dice lo siguiente: “En verdad éste era Hijo de Dios” (Mateo 27:54). John MacArthur comenta acerca de esto:
“El testimonio expresado por el centurión parece ser una genuina confesión de fe en nombre propio y de sus hombres. «Verdaderamente éste era [el] Hijo de Dios» (Mt. 27:54). Lucas consigna que la respuesta del centurión fue un acto genuino de adoración: «Dio gloria a Dios» (Lc. 23:47). La tradición antigua dice que el nombre del centurión era Longinus, que su conversión fue real y que fue uno de los primeros miembros de la iglesia cristiana” (La libertad y el poder del perdón, p. 48).
UNA MULTITUD
En Hechos 2 el apóstol Pedro se dirige a judíos que habitaban en Jerusalén no tan solo como conocedores de la crucifixión de Jesucristo, sino también como los responsables de ésta: “clavasteis en una cruz por manos de impíos y le matasteis” (Hechos 2:23). Y vuelve a repetir: “a este Jesús a quien vosotros crucificasteis” (v. 36). Ellos entonces se compungieron de corazón (v. 37); asombrosamente Pedro les dice que el perdón de pecados y el Espíritu Santo era para ellos (v. 38); entonces ellos se arrepintieron, creyeron en Jesucristo y fueron salvados: “Entonces los que habían recibido su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil almas” (v. 41).
TÚ Y YO
Al igual que todos los mencionados anteriormente, una vez nosotros fuimos enemigos de Dios; pero fuimos atraídos y salvados por la gracia de Dios en Jesucristo.