Sabemos que Dios está airado contra el impío todos los días (Sal. 7:11) y que siente deseos de vomitar cuando Él ve lo que el impío hace (Is. 64:6). Pero, ¿qué hacia aquel que es cristiano? Hay cristianos que piensan que cuando Dios los mira –en el mejor de los casos– Él no hace, ni siente, ni dice nada. Pero el profeta Sofonías tiene una opinión muy diferente. Este profeta (inspirado por Dios) dice:
“El Señor tu Dios está en medio de ti, guerrero victorioso; se gozará en ti con alegría, en su amor guardará silencio, se regocijará por ti con cantos de júbilo” (Sofonías 3:17).
Según este versículo, el gozo que hace que el corazón de Dios se alegre es el mismo gozo que hace que Dios cante: “se regocijará por ti con cantos de júbilo”. Siempre debemos ser cuidadosos de hablar lo que la Biblia habla y como la Biblia habla: Dios no adora a Su pueblo, somos nosotros quienes adoramos a Dios. Pero no es menos cierto que Dios se regocija sobre Su pueblo con cánticos. Sam Storms pregunta: “Si Dios puede hablar, ¿por qué no cantar?”.
Como el gozo llena el corazón de un novio hasta el punto en que éste se reboza en una canción para aquella a quien él ama, así también es el gozo que llena el corazón de Dios por ti y por mí (Su pueblo). Spurgeon dijo: “Cuando Dios creó el mundo, Él no cantó, sino que dijo: ‘Es bueno en gran manera’; pero cuando trajo redención, la santa Trinidad sintió tal gozo que tenía que ser expresado en un cántico. ¡Piensa en eso y asómbrate!”.
Yo no tengo la melodía de los cánticos que Dios le canta a Su pueblo, pero sí tengo las letras. Permítanme leerles algunas partes:
“¡Cuán bella eres, amada mía! ¡Cuán bella eres! ¡Tus ojos son dos palomas!… Toda tú eres bella, amada mía; no hay en ti defecto alguno [lo cual es cierto posicionalmente y será cierto literalmente gracias a Jesucristo]… Cautivaste mi corazón, hermana y novia mía, con una mirada de tus ojos; con una vuelta de tu collar cautivaste mi corazón” (Cantares 1:15; 4:7, 9. NVI).
“A cambio de ti entregaré hombres; ¡a cambio de tu vida entregaré pueblos! Porque te amo y eres ante mis ojos precioso y digno de honra. No temas, porque yo estoy contigo; desde el oriente traeré a tu descendencia, desde el occidente te reuniré” (Isaías 43:4, 5. NVI).
“Te abandoné por un instante, pero con profunda compasión volveré a unirme contigo. Por un momento, en un arrebato de enojo, escondí mi rostro de ti; pero con amor eterno te tendré compasión —dice el Señor, tu Redentor—… Aunque cambien de lugar las montañas y se tambaleen las colinas, no cambiará mi fiel amor por ti ni vacilará mi pacto de paz, —dice el Señor, que de ti se compadece—” (Isaías 54:7, 8, 10. NVI).
Ahora, alguien podría objetar de la siguiente manera: “¡Soy muy bajo y vil para que eso sea verdad para mí!”. Eso es cierto, pero recuerda que todo esto no es debido a quien tú eres o a lo que has hecho; más bien, es a pesar de quien eres y lo que has hecho. Todo es debido a lo que Dios es y por lo que Jesús ha hecho.