“Te ruego que me muestres tu gloria” –fue la petición de Moisés a Dios en Éxodo 33:18–. Dios, entonces, le respondió que Él pasaría con Su gloria y que Moisés vería Sus espaldas; pero no Su rostro, porque nadie podía verlo y vivir (Éx. 33:20-23).
Ya en el capítulo 34, se dice que Dios pasó por delante de Moisés y proclamó: “El Señor, el Señor, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y fidelidad; el que guarda misericordia a millares, el que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado, y que no tendrá por inocente al culpable; el que castiga la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos hasta la tercera y cuarta generación” (vv. 6, 7). ¡Esa es la gloria de Dios! Y cuando Moisés la vio, él se inclinó y adoró (v. 8).
Dos de los atributos que Dios proclamó fueron Su clemencia y Su justicia. Clemencia, que también se traduce como gracia, significa favor. Y cuando decimos que la gloria de Dios es ser clemente significamos que Dios se complace en mostrar Su favor hacia aquellos que lo necesitan y, al mismo tiempo, no lo merecen. Y es debido a esa gracia que Dios perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado. Todo aquel que se vuelve a Dios e implora Su perdón será atendido favorablemente, sin importar la gravedad de su pecado.
Justicia es el trato que se le da a alguien de acuerdo a lo que se merece. Y es debido a esa justicia que Dios no tratará al culpable como si éste fuera inocente, sino que lo castigará. Aquí y ahora muchos parecen haber escapado de la justicia de Dios, pero no es así; en el día final todos estarán delante de Dios para ser juzgados con justicia.
Una de las cosas admirables que encontramos en la proclamación que Dios hizo de sí mismo es que el Señor no dice ser clemente o justo, sino que Él es clemente y justo. En otras palabras: Él no manifiesta Su favor ignorando Su justicia; Él tampoco manifiesta Su justicia olvidándose de Su favor. O en palabras del mismo texto: “el que perdona la iniquidad… el que castiga la iniquidad”. El Señor se jacta de ser el único Dios que es clemente y justo –al mismo tiempo–.
Años después de esa proclamación, Jesús vino al mundo. Él es el unigénito Dios que ha dado a Dios a conocer (Jn. 1:18). Y en Su cruz vemos cómo es posible que Dios perdone y castigue el pecado, al mismo tiempo: Jesucristo fue a la cruz para sufrir el castigo del pecado. Dios en Su justicia no podía simplemente ignorar el pecado, alguien tenía que pagar. Pero Dios en Su clemencia hizo que quien pagara fuera Jesucristo y no nosotros. Jesucristo fue a la cruz para perdonar nuestros pecados.
Jesucristo no colgó en la cruz debido a Sus pecados –Él fue el único que nunca pecó–, sino debido a nuestra iniquidad, debido a nuestra transgresión, debido a nuestro pecado. Debido a que Jesucristo se ofreció para ser castigado por nuestros pecados, ahora Él ofrece el perdón de nuestros pecados. ¡Gloria a Dios!