En 2 Samuel 7, Dios –a través del profeta Natán– le recordó a David como Él lo escogió y lo hizo un rey grande sobre Israel. Dios también le prometió que Él levantaría a uno de su familia que edificaría una casa para el Señor y la casa y el trono de David serían establecidos para siempre.
¿Cuál fue la respuesta de David? “Y ahora, oh Señor Dios, confirma para siempre la palabra que has hablado acerca de tu siervo y acerca de su casa, y haz según has hablado” (v. 25). David respondió: “afirma mi casa, afirma mi reino para siempre, tal como has dicho”. Un par de versículos más abajo, David dijo: “Porque tú, oh Señor de los ejércitos, Dios de Israel, has revelado a tu siervo, diciendo: «Yo te edificaré casa»; por tanto, tu siervo ha hallado ánimo para elevar esta oración a ti” (v. 27).
David sabía que hacer una oración como esa era un acto muy presuntuoso… a menos que Dios le hubiera abierto esa puerta. Y eso fue lo que Dios hizo: Dios fue quien tuvo la iniciativa, Él le prometió a David establecer su reino; y, entonces, David tuvo el valor para pedir de la manera que lo hizo: “Y ahora, ten a bien bendecir la casa de tu siervo, a fin de que permanezca para siempre delante de ti; porque tú, oh Señor Dios, has hablado y con tu bendición será bendita para siempre la casa de tu siervo” (v. 29).
La promesa que Dios hizo a David encuentra su cumplimiento último en Jesús, quien es el Rey-Salvador de todos los que se arrepienten de sus pecados y confían en Él. Jesús es la promesa más grande de todas y la razón por la cual Dios puede dar justamente buenas cosas a quienes merecen sólo castigo.
Al igual que a David, Dios nos ha hecho promesas de bien que son grandes y preciosas. La Biblia está llena de ellas, desde Génesis 3:15 hasta Apocalipsis 22:20. ¿Qué vas a hacer tú con ellas? Dios no te ha dado Sus promesas sólo para informarte, ni sólo para que las memorices. Dios te ha dado Sus promesas para que las pidas con valor y reverencia. Dios espera que Su pueblo tenga la fe o el valor necesario para ir delante de Su presencia y decirle: “Tú has prometido esto, haz conforme a lo que has dicho”. Lo que Dios ha prometido, Él siempre lo cumplirá. Y una vez Dios ha hecho una promesa, sería tonto de nuestra parte no usarla.
Charles Spurgeon lo dijo con las siguientes palabras: «Cuando un cristiano agarra una promesa, si no la lleva a Dios, lo deshonra; pero cuando él se apresura al trono de gracia y clama: “Señor, no tengo nada que me recomiende aparte de esto ‘Tú lo has dicho’”, entonces su deseo le será concedido… No pienses que Dios se molestará por tu importuno recordatorio de Sus promesas. Él ama escuchar el sonido del clamor de almas necesitadas. Es Su deleite dar favores. Él está más listo para escuchar de lo que tú lo estás para pedir».
Después de que David recibió la promesa de Dios, él preguntó: “¿Quién soy yo, oh Señor Dios, y qué es mi casa para que me hayas traído hasta aquí?” (v. 18). David reconoció que ni él ni su casa eran merecedores de una bendición tan grande. Y después él agregó: “A causa de tu palabra, conforme a tu propio corazón, tú has hecho toda esta grandeza, para que lo sepa tu siervo” (v. 21). David también reconoció que la promesa se originó en el corazón de Dios y que iba a cumplirse porque Su palabra es segura.
Usemos las promesas de Dios con valor y, como David, no olvidemos que ellas se van a cumplir no por algún mérito en nosotros, sino porque Aquel que libremente prometió es fiel.
Muy agradable articulo de reflexión sobre las promesas que Dios tiene para nuestra vida, es importante saber que Dios se agrada de quién se toma un tiempo para pedirle y como él mismo nos dice, pide y yo te responderé…Gracias Misael Susaña , por tan importante labor.