“El mundo es de mi Dios”, así comienzan cada una de las estrofas del himno que lleva el mismo nombre y que fue escrito por Maltbie Davenport Babcock. Este himno nos recuerda que el mundo y todo lo que hay en él –la tierra y el sol, el cielo y el mar, los animales y las plantas, tú y yo– es posesión de Dios; quien es el Creador y el legítimo Rey de todo lo que existe. Esta verdad –que Dios es el dueño de todo lo creado– se encuentra a lo largo de toda la Biblia.
DIOS ES REY
El Salmo 96 forma parte de lo que algunos han llamado Salmos teocráticos, que son los Salmos 95 al 99 y que hablan acerca del reinado de Dios. Salmos 96:10 dice:
“Decid entre las naciones: El Señor reina; ciertamente el mundo está bien afirmado, será inconmovible; Él juzgará a los pueblos con equidad”.
Como rey, Él no solamente recibe la gloria y la honra de Sus criaturas (v. 7); sino que también Él ha decretado todo lo que ha de ocurrir y Él gobierna soberanamente, controla libremente, todo lo que pasa.
Y ese reinado de Dios es absoluto. No es sólo sobre una nación en particular, por eso Él es descrito en otra parte como «el Rey de reyes y Señor de señores» (1 Ti. 6:15). Él es Presidente de tu presidente, Rey de tu rey. El reinado de Dios tampoco es en un tiempo en particular, por eso otro de los salmos dice «el Señor reinará para siempre» (Sal. 146:10). Es decir que Dios reinó en el pasado, Dios reina en el presente y Dios reinará en el futuro.
Esa es una verdad que debemos decirnos a nosotros mismos, especialmente cuando el mundo parezca fuera de control. Ciertamente el mundo está fuera de nuestro control, pero para nada está fuera del control de Dios. A Dios nadie puede quitarle Su corona. Dios nunca abandonará Su trono. Y Dios no tiene que retomar el control como si lo hubiera perdido.
Cuando las naciones del mundo entran en guerra unas con otras, sabe que Dios reina. Cuando ocurren desastres naturales, sabe que Dios reina. Cuando una enfermedad está contagiando a todos alrededor del mundo, sabe que Dios reina. Cuando la economía de tu país entra en crisis, sabe que Dios reina. Cuando tu jefe te dice “¡estás despedido!”, sabe que Dios reina.
Cuando los hombres malos e impenitentes parezcan no tener su merecido y aquellos que están supuestos a hacerte justicia parezcan ponerse del lado de ellos, sabe que Dios reina. Cuando el infierno parezca imponerse sobre la iglesia, sabe que Dios reina. Y ese Rey vendrá un día a juzgar, porque Él no puede quedarse de brazos cruzados ante el pecado; y Su juicio no será como el de los hombres, será un juicio justo (vv. 10, 13).
DIOS ES MI PADRE
Pensar en esta verdad, como dijo Maltbie en el himno, trae paz. Pero esa paz no viene meramente al pensar que Dios es rey, sino al pensar que ese Dios que es rey es también mi Padre –en inglés el himno no es “El mundo es de mi Dios”, sino “El mundo es de mi Padre”–. Es decir que este mundo pertenece y es gobernado no por el azar o una fuerza impersonal, tampoco por un Dios distante o que está contra mí. ¡No! Sino que como dice la tercera estrofa del himno, “mi Padre Dios es Rey”.
El Hijo de Dios (Jesús) se hizo hombre para hacer a los hombres hijos de Dios. Él obedeció perfectamente a Su Padre celestial, sufrió el castigo que merecíamos por nuestra rebelión y resucitó para que los pecadores que se arrepienten sinceramente de sus pecados y confían totalmente en Él como Salvador y Señor puedan experimentar la salvación de la cual se habla en el versículo 2 de este salmo (96). Salvación que incluye la adopción como hijos de Dios.
Como hijo de Dios puedo afirmar que, tal como nos enseñó Jesús (Mat. 6:25-34), Dios tiene un cuidado especial sobre mí. Si Dios alimenta a las aves del cielo y viste a la hierba del campo –sin ser Él Su padre–, mucho más hará por mí que soy su hijo. Como hijo de Dios también puedo afirmar que, aun cuando no lo entienda, Dios ha decretado y gobierna todo en Su creación para Su mayor gloria y mi mayor bien.