Charles Spurgeon fue ejemplar no tan solo como predicador (llamado “el príncipe de los predicadores”), sino también como cristiano. Pero al mismo tiempo fue muy criticado a lo largo de su vida: desde que era “el niño predicador de Waterbeach”, pasando por su popularidad en Londres, hasta su muerte en Francia.
Arnold Dallimore, en su biografía de Spurgeon, dijo que la Sra. Spurgeon “reunió todas aquellas declaraciones difamatorias y las pegó en un álbum de recortes, hasta que éste, finalmente, se convirtió en un enorme volumen” (Spurgeon: una nueva biografía, p. 109). Aunque Spurgeon se sentía herido por esas críticas, no solía responder a ellas. Y les aseguraba a sus padres que tales acusaciones eran falsas.
Ahora, no necesitas ser un pastor tan popular como Spurgeon para ser criticado negativamente, ni siquiera tienes que ser pastor. Las críticas o las acusaciones vendrán tarde o temprano si eres seguidor de Jesús. Pero Jesús nos preparó para ellas en Mateo 5.
LOS BIENAVENTURADOS
Allí (Mateo 5) Jesús comenzó “El sermón del monte” hablando acerca de las bienaventuranzas. Y en los versículos 11 y 12, Él dijo lo siguiente: “Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí. Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros”.
Ser bienaventurado significa ser bendito de Dios, la palabra podría traducirse como afortunado, dichoso o feliz. Algunos estudiosos incluso hablan de que alguien bienaventurado es una persona digna de ser envidiada. Ahora, nótese que a quienes Jesús llama bienaventurados son aquellos de Sus discípulos que son insultados, perseguidos y de quienes dicen todo género de mal. El mundo los llama “tontos”, “intolerantes”, “retrógrados”; pero Dios los llama “afortunados”.
LA RECOMPENSA
Pero Jesús no sólo los llamó bienaventurados, sino que Él también esperó que ellos –y nosotros los cristianos de hoy en día– se consideraran bienaventurados. Por eso Él dijo al principio del versículo 12 “regocijaos y alegraos”.
Pero eso no es todo, Jesús da una razón de peso por la cual debemos alegrarnos o considerarnos bienaventurados cuando se dice toda clase de mal contra nosotros. Él no espera que nos alegremos porque sí o porque sentimos placer en las heridas que nos causan los insultos. Jesús espera que nos alegremos porque Dios, en Su gracia, tiene una recompensa –¡y una recompensa grande!– esperándonos en los cielos.
Spurgeon no fue el único que fue criticado negativamente. Jesús dijo que si vamos mucho más atrás, hasta llegar al Antiguo Testamento, nos encontraremos con profetas de Dios que también fueron perseguidos con palabras y hechos. En 2 Crónicas 36:16 leemos lo siguiente: “pero ellos continuamente se burlaban de los mensajeros de Dios, despreciaban sus palabras y se mofaban de sus profetas”.
Es fácil para nosotros mirar a esos profetas y decir que ellos van a tener una recompensa grande. Y aunque eso es cierto, no es menos cierto –y eso fue lo que Jesús enseñó– que nosotros, los cristianos que hoy somos burlados, despreciados y mofados por causa de Jesucristo, también tendremos una recompensa grande.
LA RESPUESTA
Por lo tanto, ¿cuál debe ser nuestra respuesta cuando nos critican negativamente, nos acusan, nos insultan o nos persiguen? Primero, examinarnos. Nótese que Jesús no dijo sólo que son bienaventurados aquellos de quienes dicen todo género de mal. Jesús agregó: “falsamente”. Los pastores pueden ser acusados de ser ladrones, las cristianas pueden ser acusadas de entremeterse en lo ajeno, los cristianos pueden ser acusados de ser malhechores, los que evangelizan o amonestan pueden ser acusados de no tener amor; pero la pregunta que debemos hacernos es: ¿son esas acusaciones ciertas?
Si la son, no deberíamos alegrarnos y seguir nuestro camino esperando ser recompensados en los cielos. Más bien, deberíamos entristecernos y arrepentirnos de nuestros pecados. Y mientras confesamos nuestros pecados, saber que hay perdón por Aquel que aunque fue acusado, nunca hizo pecado: ese es Jesús.
Segundo, si después de examinarnos concluimos que las acusaciones que hacen contra nosotros son falsas, entonces debemos alegrarnos. Y dejar que la promesa de la recompensa que tenemos en el cielo sea como un combustible para esa alegría. La recompensa es grande, más grande que todos los insultos, persecuciones y malas palabras que todos los hombres de este mundo puedan dirigirnos.