“Te amo así de mucho”.

Después de que el apóstol Pablo nos dice [en Romanos 5] la cruda verdad de que “difícilmente habrá alguien que muera por un justo” y que “tal vez alguno se atreva a morir por el bueno”; él pasa a decirnos la verdad más asombrosa de todas:

“Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (v. 8).

Según ese versículo, Dios no tan solo ha dicho “te amo”; sino que también lo ha demostrado, lo ha probado, lo ha hecho público, lo ha exhibido, lo ha acreditado. ¿En qué podemos ver ese amor de Dios? ¿Cómo podemos saber cuán grande es el amor de Dios? ¿Qué regla puede medirlo? El amor de Dios puede ser visto o puede ser medido sabiendo (1) a quiénes él amó y (2) qué Él dio a quienes amó:

¿A QUIÉNES DIOS AMÓ?

¿A quiénes Dios amó? A nosotros. ¿Quiénes somos nosotros? Pecadores (lo contrarío al justo y al bueno: injustos y malos), débiles (impotentes para acercarse a Dios o hacer algo lo suficientemente excelente como para que Dios se acerque a ellos), impíos (aquellos con un carácter diferente al carácter santo de Dios) y enemigos (rebeldes a Dios y Su ley). ¡A esos fue quienes Dios amó de pura gracia! Él no le debe amor a nadie, Él quiso amarlos.

Permítanme ilustrarlo: tenemos a aquel que es considerado por la sociedad como “justo”, por el cual una persona entre cientos de miles dijo que moriría. Tenemos a aquel que es considerado por la sociedad como “bueno”, por el cual dos personas entre cientos de miles dijeron que morirían. Ahora preguntamos si morirían por un injusto, malo, débil, impío y enemigo. Preguntamos si morirías por uno que mató a tu esposo o abusó de tu esposa y secuestró a tus hijos. Preguntamos si morirías por un mentiroso, por un inmoral. Recibimos respuestas como “¿¡Qué clase de pregunta es esa!?”, “¿¡Estás loco!? Una cosa es morir por una persona justa o buena, pero otra cosa muy diferente es morir por un criminal”, “Él tiene lo que se merece”. Pero hay una respuesta que se destaca entre la multitud debido a que es positiva: “yo moriré por él”.

¿QUÉ FUE LO QUE DIOS REGALÓ?

Dios amó a pecadores como nosotros y no dio una fórmula ni un método, tampoco dio una cosa; Él dio a una persona. Pero esta persona no es cualquier persona. Él es el Mesías prometido: Rey, Profeta y Sacerdote. Él es el hijo unigénito de Dios, único en su clase. Él es aquel en quien Dios se complace y a quien ama. Él es el más hermoso de los hijos de los hombres. Él es el regalo más grande de todos los regalos.

A ese fue a quien Dios dio para que muriera como nuestro sustituto y así lo hizo Jesucristo voluntariamente, conforme a la voluntad del Padre. ¡Oh, la salvación del pecador comprada a precio de lo más valioso del cielo! Sinclair Ferguson dice:

“Cuando pensamos en Cristo muriendo en la cruz, se nos muestra cuán lejos el amor de Dios va para traernos devuelta a sí mismo. ¡Casi pensaríamos que Dios nos amó más de lo que ama a Su hijo! No podemos medir tal amor por algún otro estándar. Él nos está diciendo: Te amo así de mucho”.

¿Es grande el amor de Dios? Sí. ¿Cómo lo sabes? Porque Él amó a pecadores y porque dio a Jesucristo para que muriera como su sustituto. Él hizo concebible lo inconcebible y creíble lo increíble al salvar lo insalvable (i.e. a quien nadie salvaría).