“Te amo así de mucho”.

Después de que el apóstol Pablo nos dice [en Romanos 5] la cruda verdad de que “difícilmente habrá alguien que muera por un justo” y que “tal vez alguno se atreva a morir por el bueno”; él pasa a decirnos la verdad más asombrosa de todas:

“Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (v. 8).

Según ese versículo, Dios no tan solo ha dicho “te amo”; sino que también lo ha demostrado, lo ha probado, lo ha hecho público, lo ha exhibido, lo ha acreditado. ¿En qué podemos ver ese amor de Dios? ¿Cómo podemos saber cuán grande es el amor de Dios? ¿Qué regla puede medirlo? El amor de Dios puede ser visto o puede ser medido sabiendo (1) a quiénes él amó y (2) qué Él dio a quienes amó:

¿A QUIÉNES DIOS AMÓ?

¿A quiénes Dios amó? A nosotros. ¿Quiénes somos nosotros? Pecadores (lo contrarío al justo y al bueno: injustos y malos), débiles (impotentes para acercarse a Dios o hacer algo lo suficientemente excelente como para que Dios se acerque a ellos), impíos (aquellos con un carácter diferente al carácter santo de Dios) y enemigos (rebeldes a Dios y Su ley). ¡A esos fue quienes Dios amó de pura gracia! Él no le debe amor a nadie, Él quiso amarlos.

Sigue leyendo “Te amo así de mucho”.

¡Eso sí es amor verdadero!

Decir “te amo” a tu pareja es algo a lo que le damos mucha importancia. Se han hecho extensas investigaciones sobre quién es el primero en decir “te amo” en una relación. Se han escrito artículos sobre cuándo decir “te amo” por primera vez. Y se han dado incontables razones por las cuales las mujeres no deberían ser las primeras en decir “te amo”.

Ahora, cuando leemos 1 Juan 4 aprendemos que Dios es el que nos dice primero “te amo” y nosotros somos los que decimos “yo también te amo”. No lo contrario. Dios tomó la iniciativa de amarnos y nosotros –los que hemos sido regenerados por Su Espíritu– respondimos con amor primero hacia Él y después hacia nuestros hermanos. 1 Juan 4:10 dice:

“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a Su Hijo como propiciación por nuestros pecados”.

NO AMÁBAMOS A DIOS

En el versículo 10, el apóstol Juan describe en qué consiste el amor, específicamente el amor que Dios tiene por nosotros. Él comienza diciendo: “no en que nosotros hayamos amado a Dios”. Y eso es contrario a como muchos se ven hoy en día; ellos piensan que aman a Dios simplemente porque ellos creen que Dios existe y porque ellos no maldicen a Dios con sus labios. Pero para que el hombre (varón y hembra) sea salvo primero tiene que confesar o ponerse de acuerdo con Dios en lo siguiente: ni tú ni yo amábamos a Dios.

El hombre no nace con un corazón inclinado hacia Dios. El hombre no siempre ha estado buscando de Dios. Más bien, como vemos más adelante en este pasaje, nosotros éramos pecadores y eso es todo lo contrario a ser personas justas y buenas. Nosotros éramos indiferentes a Dios. A nosotros no nos importaba la voluntad de Dios.

Según Efesios 2 nosotros seguíamos la corriente de este mundo, éramos hijos de desobediencia; nuestros pensamientos, nuestros deseos y nuestra voluntad hacían cosas que desagradaban a Dios. Y según Romanos 5 nosotros éramos impíos con un carácter contrario al carácter santo de Dios y éramos sus enemigos con un corazón rebelde a Dios y Su ley.

DIOS SÍ NOS AMÓ A NOSOTROS

Si el amor no está en que nosotros amábamos a Dios, ¿en dónde está el amor? Juan responde: “sino en que Él nos amó”; y después se agrega: “a nosotros” –a ti y a mí–. Aunque Él es digno de nuestro más ferviente amor, nosotros no le amábamos. Aunque nosotros no éramos dignos de tan grande amor, Él nos amó.

A pesar de seguir la corriente de este mundo, de ser desobedientes, de pensar, desear y hacer lo que le desagradaba; Dios nos miró y Su corazón se conmovió, toda Su compasión se encendió. A pesar de tener un carácter contrario a Su carácter y de ser rebeldes; el corazón de Dios se regocijó haciéndonos bien. Obviamente no por nada en nosotros, porque ¿qué teníamos nosotros, sino mucho pecado? Sino que fue porque Él, teniendo abundante amor y siendo Él mismo amor, quiso enamorarse de nosotros.

Sigue leyendo ¡Eso sí es amor verdadero!