Con el propósito de enseñar a Sus discípulos a orar, Jesucristo articuló una oración modelo que hoy conocemos como “El Padre Nuestro”. El Padre Nuestro nos enseña cómo orar tanto con su contenido como también con su orden. Nótese que la primera parte del Padre Nuestro es acerca de Dios, Su nombre, Su reino y Su voluntad: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo” (Mt. 6:9, 10). Y la segunda parte del Padre Nuestro es acerca de nosotros, nuestras necesidades físicas y nuestras necesidades espirituales de perdón y salvación: “Danos hoy el pan nuestro de cada día. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal” (Mt. 6:11-13).
Sin embargo, tenemos que confesar, delante de la presencia del Dios omnisciente, que el orden en nuestras oraciones no siempre ha sido ese. Hemos pecado, no por cambiar el orden de la oración en sí, sino porque lo que hay detrás de tal cambio es un deseo de que “glorificado sea mi nombre”, como si mereciéramos la gloria que le pertenece a Dios; un “venga mi reino”, como si fuéramos más sabios que el todo-sabio Dios; un “hágase mi voluntad”, como si ésta fuera mejor que Su perfecta voluntad. ¡Corramos, con arrepentimiento y fe a la cruz de Jesucristo! Hallando allí el perdón de nuestros pecados y la gracia para responder a Su llamamiento.
Ese mismo Jesucristo ahora nos llama a orar: “venga tu reino” –un reino en el cual Su nombre es glorificado y Su voluntad es hecha universalmente–. Es bueno recordar que Jesucristo no nos está llamando a usar vanas repeticiones, ni nos está llamado a ser hipócritas; sino que un sincero anhelo por Su reino se manifieste:
- Orando a partir de Mateo 6:9, 10 que dice: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”;
- Orando que Dios envíe obreros a Su mies, personas que enseñen la Palabra, prediquen el evangelio y suplan las necesidades físicas de otros: “Entonces dijo a sus discípulos: La mies es mucha, pero los obreros pocos. Por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt. 9:37, 38); Y por qué no, predicando nosotros mismos el evangelio de Jesucristo tanto en nuestra nación como en otras: “Y este evangelio del reino se predicará en todo el mundo como testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin” (Mt. 24:14; cf. 2 P. 3:12);
- Orando a favor de los cristianos perseguidos por causa del nombre de Jesucristo: “Acordaos de los presos, como si estuvierais presos con ellos, y de los maltratados, puesto que también vosotros estáis en el cuerpo” (Heb. 13:3);
- Orando para que la Palabra de Dios predicada por misioneros sea glorificada y dé Su fruto en los corazones: “Finalmente, hermanos, orad por nosotros, para que la palabra del Señor se extienda rápidamente y sea glorificada, así como sucedió también con vosotros” (2 Ts. 3:1).
Ahora, ¿significa todo esto que no hay lugar para otro tipo de peticiones, particularmente esas peticiones dentro del ámbito físico? Eso no es lo que significa, ciertamente hay lugar para ese tipo de peticiones (Mt. 6:11). ¿No es eso, entonces, una contradicción con la petición de Su nombre, Su reino y Su voluntad? No es una contradicción, siempre y cuando tengamos el mismo espíritu de Jesucristo cuando cerró Su oración con las siguientes palabras: “pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc. 22:42). En palabras de Paul David Tripp: “Los deseos… deben sostenerse con la mano abierta. Todo deseo humano debe sostenerse en sumisión a un propósito mayor, los deseos de Dios para Su reino” (Instrumentos en las manos del Redentor, p. 91).
Resumido y sustancioso el contenido, muy aleccionador.