En Jueces 13 se relata el encuentro del ángel del Señor con los padres de Sansón y el nacimiento de Sansón. El ángel del Señor se aparece dos veces: primero a la mujer de Manoa, quien era estéril y sin hijos, para anunciarle que tendría un hijo; y después tanto a la mujer de Manoa como a él (Manoa) mismo.
Sin embargo, fue al final de la segunda visita del ángel que Manoa supo sin duda alguna que aquel “hombre de Dios” era el ángel del Señor. La reacción de Manoa, entonces, fue: “Ciertamente moriremos, porque hemos visto a Dios” (v. 22). Esta era una reacción común entre aquellos a quienes Dios le había aparecido. Tanto Manoa como los demás estaban conscientes de su pecado y de la santidad de Dios. Es como si Manoa hubiera dicho: “ciertamente [nosotros, pecadores] moriremos, porque hemos visto [al Dios santo]”. Pero la mujer de Manoa lo consuela con un acertado razonamiento: “Si el SEÑOR hubiera deseado matarnos, no habría aceptado el holocausto ni la ofrenda de cereal de nuestras manos; tampoco nos habría mostrado todas estas cosas, ni nos habría permitido ahora oír cosas como éstas” (v. 23).
Cuando nos encontremos en circunstancias similares a la que se encontró Manoa, conscientes de nuestro pecado y de la santidad de Dios, no debemos dejar que malos pensamientos (no bíblicos, incrédulos, sin esperanza) llenen nuestra mente. Más bien, como creyentes, debemos razonar bíblicamente. Por ejemplo:
- Si Dios fuera a condenarnos, no hubiera aceptado el sacrificio de Jesucristo a nuestro favor: “Por consiguiente, no hay ahora condenación para los que están en Cristo Jesús” (Ro. 8:1).
- Si Dios no deseara perdonar nuestros pecados diarios, Jesucristo no nos hubiera enseñado a orar de la siguiente manera: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores” (Mt. 6:12).
- Si Dios no fuera a aceptarnos, no hubiera enviado a Jesucristo como nuestro sustituto: “para alabanza de la gloria de su gracia que gratuitamente ha impartido sobre nosotros en el Amado” (Ef. 1:6).
- Si Dios fuera a apartarse de nosotros, no hubiera enviado a Su Espíritu a habitar en nosotros: “Guarda, mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros, el tesoro que te ha sido encomendado” (1 Ti. 1:14); “En El también vosotros, después de escuchar el mensaje de la verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído, fuisteis sellados en El con el Espíritu Santo de la promesa, que nos es dado como garantía de nuestra herencia, con miras a la redención de la posesión adquirida de Dios, para alabanza de su gloria” (Ef. 1:13, 14).