Las guerras son agotadoras –especialmente las largas–. Es por eso que a menudo estás cansado. Muchos soldados, que experimentan la ferocidad del combate, quieren salir de él. Es por eso que estás tentado a escapar. Es por eso que estás tentado a rendirte.
Pero no te rindas. No, más bien “esforzaos y no desmayéis, porque hay recompensa por vuestra obra” (2 Crónicas 15:7).
No te rindas cuando ese pecado familiar, que todavía está agachado en tu puerta después de todos estos años, salta otra vez con tentación:
“No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea común a los hombres; y fiel es Dios, que no permitirá que vosotros seáis tentados más allá de lo que podéis soportar, sino que con la tentación proveerá también la vía de escape, a fin de que podáis resistirla” (1 Corintios 10:13).
No te rindas cuando sientas ese profundo cansancio en tu alma debido a largas batallas con debilidades persistentes:
“Y El me ha dicho: Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí” (2 Corintios 12:9).
No te rindas cuando tus largas pedidas-y-buscadas-y-tocadas oraciones todavía no han sido respondidas:
“Y les refería Jesús una parábola para enseñarles que ellos debían orar en todo tiempo, y no desfallecer” (Lucas 18:1).
No te rindas cuando los ardientes dardos de duda del diablo toquen tu carne y te hagan tambalear:
“Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiéndolo hecho todo, estar firmes… en todo, tomando el escudo de la fe con el que podréis apagar todos los dardos encendidos del maligno” (Efesios 6:13, 16).
No te rindas cuando el efecto fragmentador de múltiples presiones parece despiadado:
“sino que en todo nos recomendamos a nosotros mismos como ministros de Dios, en mucha perseverancia, en aflicciones, en privaciones, en angustias, en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos” (2 Corintios 6:4-5).
No te rindas cuando el campo que el Señor te ha asignado es difícil y la cosecha no parece prometedora:
“Y no nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos” (Gálatas 6:9).
No te rindas cuando trabajas en la oscuridad y te preguntas cuánto importa:
“y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mateo 6:4).
No te rindas cuando tu reputación se daña porque estás tratando de ser fiel a Jesús:
“Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí” (Mateo 5:11).
No te rindas cuando tu espera en Dios parece interminable:
“Aun los mancebos se fatigan y se cansan, y los jóvenes tropiezan y vacilan, pero los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas; se remontarán con alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán” (Isaías 40:30-31).
No te rindas cuando has fallado y pecado. No te revuelques. Arrepiéntete (otra vez), quita tus ojos de ti mismo (otra vez) y fija tus ojos en Jesús (otra vez). Levántate y vuelve a la pelea:
“Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9);
“si somos infieles, El permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo” (2 Timoteo 2:13).
Este artículo es un extracto tomado de: Jon Bloom. Things not seen [Cosas que no se ven] (Illinois, United States of America: Crossway, 2015), pp. 209-211.