Poco tiempo después de que Saúl fuera hecho rey de Israel, el profeta Samuel reunió a todo el pueblo y pronunció un discurso que se registra en 1 Samuel 12. En ese discurso, Samuel le recordó al pueblo las distintas veces que ellos pecaron después de ser salvados de su esclavitud en Egipto.
El profeta también les dijo que al pedir tener un rey, siendo Dios su rey, ellos cometieron un gran pecado. Y Dios confirmó las palabras de Samuel al enviar truenos y lluvia en la siega del trigo –en un momento en el que no se esperaba lluvia–. Cuando el pueblo vio eso, reconoció que había cometido un gran pecado. En sus propias palabras: “hemos añadido este mal a todos nuestros pecados” (v. 19).
La respuesta de Samuel al pueblo es inesperada, él dijo: “No temáis; aunque vosotros habéis hecho todo este mal” (v. 20). Esa respuesta es inesperada porque uno esperaría que él hubiera dicho: “no teman, el mal que han hecho no es tan serio”; o: “teman, el mal que han hecho es serio”. Pero el profeta le dijo que no teman y al mismo tiempo dijo que el mal que ellos habían hecho era serio.
¿Por qué razón ellos no debían temer a pesar de haber cometido un mal tan grande? Alguien podría decir que la razón por la que ellos no debían temer era porque ellos harían la resolución de servir a Dios de todo corazón. Eso es muy importante, pero la verdadera razón por la cual ellos no debían temer la encontramos en el versículo 22, que dice: “Porque el Señor, a causa de su gran nombre, no desamparará a su pueblo, pues el Señor se ha complacido en haceros pueblo suyo”.
El pueblo no debía temer a pesar de haber cometido un pecado tan grande porque Dios no los desampararía. La esperanza sigue siendo la misma para el pueblo de Dios hoy en día: Dios se ha comprometido y no tan solo comprometido; sino que también se ha complacido en poseer un pueblo y ser su Dios para siempre.
Desamparar a Su pueblo pondría Su gran nombre en juego. Desvincularse de Su pueblo mancharía Su reputación como el Dios que, en el puro afecto de Su voluntad, les ha dicho a los Suyos: “Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo. No los dejaré”. Dios no dejará que la sinceridad de Su amor por Su pueblo sea puesta en duda al Él desvincularse de éste, ni dejará que la grandeza de Su poder sea puesta en duda al Él abandonarlos. Y una prueba de que Dios no los había desamparado era que Él continuaba llamándolos al arrepentimiento y que todavía había profeta entre ellos. Después de Samuel comunicar al pueblo acerca del placer de Dios en hacerlos Su pueblo, él dijo: “Y en cuanto a mí, lejos esté de mí que peque contra el Señor cesando de orar por vosotros, antes bien, os instruiré en el camino bueno y recto” (v. 23).
Samuel dijo que, a la luz de lo que Dios había hecho, sería un pecado de su parte no orar por ellos y no instruirlos en el buen camino. Y lo mismo es cierto para nosotros hoy: ¿si Dios se ha complacido en poseer un pueblo, quiénes somos tú y yo para no amar a la iglesia? ¿Si Dios no desamparará a Su pueblo –a pesar de todo su pecado–, quiénes somos tú y yo para desampararlos? ¡Lejos esté de nosotros pecar de esa manera! Eso no significa que haremos las paces con el pecado, sino que pacientemente oraremos y procuraremos que el resto del pueblo de Dios ande en el camino que a Dios le agrada.