“Introspección” proviene de una palabra latina que significa “mirar hacia dentro”. Una persona introspectiva dirige su atención a su mundo interior: pensamientos, emociones, motivaciones y reacciones. Vive en un constante autoanálisis, lo que le permite alcanzar un nivel de autoconocimiento mayor que el de quienes no son introspectivos. Y no lo sé solo por lo que he leído en internet o por convivir con amigos introspectivos, sino porque yo así.
LA INTROSPECCIÓN EN LA BIBLIA
Tal vez, al leer el título de este artículo, muchos piensen que la introspección es algo negativo. Sin embargo, no creo que siempre sea así. En la vida cristiana, hay un lugar legítimo para ella. He aquí al menos dos ejemplos:
En 2 Corintios 13:5, el apóstol Pablo exhorta:
“Pónganse a prueba para ver si están en la fe. Examínense a sí mismos. ¿O no se reconocen a ustedes mismos de que Jesucristo está en ustedes, a menos de que en verdad no pasen la prueba?”.
Observa los imperativos que utiliza: “Pónganse a prueba” y “Examínense”. Además, esta evaluación es personal: “a sí mismos”. El propósito es claro: comprobar “si están en la fe”.
Por su parte, en 1 Juan 5:13, el apóstol Juan escribe:
“Estas cosas les he escrito a ustedes que creen en el nombre del Hijo de Dios, para que sepan que tienen vida eterna”.
A lo largo de toda su carta, Juan presenta una serie de evidencias para que quienes profesan creer en Jesús puedan examinarlas en su propia vida. Si las encuentran presentes, entonces pueden tener la certeza de que poseen la vida eterna.
CUANDO LA INTROSPECCIÓN ES PERJUDICIAL
Y aunque la introspección no es necesariamente negativa, sí existe algo a lo que llamo introspección excesiva, y esta última sí puede ser perjudicial. Por eso debemos cuidarnos de ella y evitarla.
La introspección se vuelve excesiva o dañina cuando dedicamos todo —y no solo parte— de nuestro tiempo a mirarnos a nosotros mismos. Si no tenemos cuidado, los cristianos con tendencia a la introspección podemos quedarnos paralizados pensando: “¿Cuánto amo a Dios?” o “Si el amor por Dios es el combustible de mi obediencia a Él (Jn. 14:23-27; 1 Jn. 5:3), ¿realmente lo amo?”.
Y aunque no digo esto con la intención de que nos conformemos el nivel de amor por Dios que tenemos ahora, es importante recordar que:
- En comparación con el amor de Dios en Cristo por nosotros, nuestro amor siempre parecerá pequeño y a veces ninguno.
- Mientras estemos de este lado del cielo, siempre encontraremos deficiencias en nuestro amor.
- Cada vez que pecamos, es porque en ese momento no estamos amando a Dios con todo nuestro ser.
La introspección no es un fin en sí misma, sino un medio. Y ese medio debe conducirnos siempre a Jesucristo: cuando descubrimos pecado en nosotros, debemos ir a Él en arrepentimiento y fe; cuando descubrimos alguna virtud, debemos ir a Él con gratitud y alabanza. Nunca debemos quedarnos embelesados con nosotros mismos.
LA INSTROPECCIÓN EXCESIVA NO TIENE SENTIDO
Aquí te doy dos razones por las que la introspección excesiva no tiene sentido:
Primero, porque el amor de Dios por nosotros no se basa en nuestro amor por Él. El apóstol Juan afirma que Dios nos amó primero, y que esa es la razón por la que hoy nosotros le amamos:
“Nosotros amamos porque Él nos amó primero” (1 Jn. 4:19).
Su amor por nosotros es la causa, y nuestro amor por Él es el efecto. No al revés. Dios no te salvó porque lo amabas y lo obedecías; te salvó porque Él te amó y envió a Jesús a morir por ti. Y aun cuando pecas, Dios no te ama menos. Sí, Él se entristece y te disciplina, pero lo hace por amor (Heb. 12:5-6).
Segundo, porque nuestro amor por Dios no crece mirándonos a nosotros mismos. Como dije antes, de este lado del cielo siempre hallaremos deficiencias en nuestro amor. Y mirarnos más fijamente no solucionará el problema. La respuesta tampoco es simplemente gritarnos a nosotros mismos: “¡AMA MÁS A DIOS!”.
Jesús dio la clave en Lucas 7:47:
“Por lo cual te digo que sus pecados, que son muchos, han sido perdonados, porque amó mucho; pero a quien poco se le perdona, poco ama»”.
Lee otra vez la última parte del versículo. Nuestro amor por Dios crece cuando contemplamos con ojos de fe la belleza de la persona y la obra de Jesús por nosotros, empezando por el perdón de nuestros pecados.
CONCLUSIÓN
Quiero concluir este artículo con una frase de Robert Murray McCheyne:
“Por cada mirada a ti mismo, mira diez veces más a Cristo”.
McCheyne no condena el hecho de mirarnos a nosotros mismos, pero tampoco nos deja allí. Nos invita a dirigir nuestra atención, una y otra vez, hacia Cristo. Él continúa diciendo:
“[Cristo] es absolutamente encantador. ¡Qué infinita majestad, y a la vez qué mansedumbre y gracia, y todo por los pecadores, incluso los más grandes! Vive mucho en las sonrisas de Dios. Regocíjate en sus rayos. Siente su mirada que todo lo ve fija en ti con amor, y reposa en sus brazos todopoderosos… Deja que tu alma se llene de una sensación arrebatadora de la dulzura y la excelencia de Cristo y de todo lo que hay en Él. Deja que el Espíritu Santo llene cada rincón de tu corazón; y así no habrá lugar para la locura, ni para el mundo, ni para Satanás, ni para la carne”.