Estudia la Palabra, practícala y enséñala.

Esdras fue un sacerdote y escriba que subió de Babilonia a Jerusalén para realizar su ministerio. Parte de su ministerio era interpretar la Ley de Dios, y en esto Dios le había dado la gracia de ser un experto (Esd. 7:6, 11). En Esdras 7:10 encontramos un modelo de cómo debería ser todo maestro de la Palabra de Dios: “Ya que Esdras había dedicado su corazón a estudiar la ley del Señor, y a practicarla, y a enseñar sus estatutos y ordenanzas en Israel”. Esdras se dedicó de todo corazón, hizo una firme determinación, resolvió lo siguiente:

  1. Estudiar la ley del Señor. El objeto de estudio de Esdras fue la Palabra de Dios revelada hasta ese momento, y esto fue un estudio diligente. Esdras no fue como muchos hoy en día que, sin un estudio diligente previo, se sitúan detrás de un púlpito esperando que Dios le revele un mensaje. Más bien, él estudiaba diligentemente la Palabra de Dios, su mente iba a ella una y otra vez, la examinaba con cuidado, investigaba la voluntad que Dios había revelado tanto para él como para el pueblo de Israel.
  2. Practicarla. Esdras no buscaba meramente llenar su cabeza de conocimiento teológico. Esto lo sabemos porque él no sólo estudió la Palabra de Dios, sino que también resolvió practicarla. Una vez conocida cuál era la voluntad de Dios, lo primero que Esdras buscó no fue que el pueblo pusiera en práctica la Palabra, sino que él mismo la pusiera en práctica –él sería obediente–. Así, el pueblo vería no una división entre lo que Esdras enseñaba y practicaba, sino una práctica que adornaba su enseñanza.
  3. Enseñar sus estatutos y ordenanzas. Aunque lo primero que Esdras buscó fue que él mismo pusiera en práctica la Palabra de Dios, también enseñó la Palabra al pueblo. La Palabra de Dios fue lo que él enseñó, no las suyas, ni filosofías ni psicología –sólo la Palabra de Dios–. Esdras no enseñó las cosas que el pueblo quería oír o las cosas que a ellos les gustaban, sino que enseñó todo el consejo de Dios: habló acerca del pecado del hombre y habló de la misericordia de Dios, habló acerca de los imperativos y habló de los indicativos.

Nótese el orden que debería ser seguido: «[1] estudiar la ley del Señor, y a [2] practicarla, y a [3] enseñar«. Si primero no estudiamos la Palabra de Dios, no podremos practicarla ni enseñarla a otros o nuestra practica y enseñanza no será fiel. Si llenamos nuestra cabeza de conocimiento teológico que no practicamos, entonces seremos iguales a los escribas y fariseos que Jesucristo acusó de ser hipócritas. Y si nos atrevemos a enseñar lo que no practicamos, nuestras vidas obstaculizarán lo que enseñamos. Recuerda: estudia la Palabra, practícala y enséñala.

Nótese también como esta firme determinación de Esdras producida por la gracia de Dios: “fui fortalecido según estaba la mano del Señor mi Dios sobre mí” (Esd. 7:28); fue recompensada por la misma gracia –principalmente en la esfera espiritual, aunque también en la física–: “y el rey le concedió todo lo que pedía porque la mano del Señor su Dios estaba sobre él… la mano bondadosa de su Dios estaba sobre él” (7:6, 9).

Acerca de las resoluciones.

Un nuevo año empieza y es normal que las personas hagan sus resoluciones. Se planea hacer ciertas cosas, dejar de hacer otras. Algunos determinan iniciar una dieta y hacer más ejercicios, otros determinan hacer ciertas cosas en relación con Dios (p. ej. Leer más la Biblia, orar más, tener una comunión más íntima con Dios). Quiero hablarles principalmente a estos últimos.

No creo que hacer resoluciones sea incorrecto. A los largo de la historia siervos de Dios, como Jonathan Edwards, hicieron resoluciones por la causa de Cristo. También en la Biblia encontramos el ejemplo de David, quien había jurado y confirmado que guardaría las justas ordenanzas de Dios (Sal. 119:106); Daniel propuso en su corazón no contaminarse con los manjares del rey ni con el vino que él bebía (Dn. 1:8); Pablo decidió, en el espíritu, ir a Jerusalén después de recorrer Macedonia y Acaya (Hch. 19:21); Pablo también oró a Dios por los Tesalonisenses, para que Él cumpla todo deseo de bondad y la obra de fe (2 Ts. 1:11). Creo también que las resoluciones pueden cuidarnos de clamar a Dios, pero no marchar; es decir, orar a Dios por ayuda, pero no actuar responsablemente o hacer uso de los medios que Él ha establecido (Ex. 14:13-16; Flp. 2:12,13). Sin embargo, he aquí algunas consideraciones –aunque muchos de los pasajes bíblicos hablan de los votos, el mismo principio puede aplicarse a nuestro tema: Continuar leyendo Acerca de las resoluciones.

Resoluciones de Jonathan Edwards.

Alrededor del 1722, Jonathan Edwards, pastor y teólogo protestante, elaboró 70 resoluciones cuya intención fue mover a Edwards (él mismo) a vivir una vida completamente para la gloria de Dios y el beneficio del resto de la humanidad. Edwards dijo:

“Estando consciente de que soy incapaz de hacer alguna cosa sin la ayuda de Dios, humildemente le ruego, que por Su gracia, me permita mantener estas resoluciones, en la medida en que éstas estén de acuerdo a Su voluntad, por la causa de Cristo”.

He aquí algunas de sus resoluciones:

  • #1. Resuelvo, que haré lo que piense que sea para la mayor gloria de Dios y para mi propio bien, ganancia y placer, en todo mi tiempo; no teniendo ninguna consideración del tiempo, ya sea ahora o nunca, ni por millares de edades desde hoy. Resuelvo, hacer todo lo que considere mi deber, sobre todo para el bien y la ganancia de la humanidad en general. Resuelvo, por tanto, hacerlo no importando las dificultades con que me encuentre, ni cuantas, ni cuán grandes que sean.
  • #2. Resuelvo, estar continuamente tratando de encontrar alguna nueva idea o invento para promover la cosas anteriormente mencionadas.
  • #5. Resuelvo, nunca perder ni un momento de tiempo, sino perfeccionarlo de la forma más provechosa que yo pueda.
  • #17. Resuelvo, que yo viviré así como hubiera deseado haberlo hecho cuando muera.
  • #20. Resuelvo, mantener la estricta sobriedad en el comer y el beber.
  • #24. Resuelvo, siempre que yo haga cualquier acción conspicua y maligna seguiré su rastro, hasta que llegue a la causa que la originó y entonces, me esforzaré cuidadosamente en no volver a hacerla y a pelear y a orar con toda mi fuerza en contra de la causa.
  • #39. Resuelvo, nunca hacer nada de lo cual yo tenga duda de su legalidad, esto es lo que trato, y al mismo tiempo, considerar y examinar después, si fuera legal o no; a menos que dudara yo mucho de la legalidad de la omisión.
  • #43. Resuelvo, nunca, de ahora en adelante, y hasta que yo muera, actuar como si me perteneciera a mi mismo, sino completamente y para siempre a Dios; ya que es agradable ser hallado así.
  • #52. Resuelvo, que viviré así como pienso que yo desearía haberlo hecho, suponiendo que viva hasta una edad avanzada.
  • #68. Resuelvo, confesarme francamente a mi mismo, todo lo que encuentro en mi ser ya sea enfermedad o pecado; y si ello fuera algo concerniente a la religión, también confesarle todo el asunto a Dios e implorarle que necesito su ayuda.

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