Santiago da varias razones por las cuales no tenemos lo que queremos y una de ellas es que no pedimos a Dios en oración. Pero esa no es la única razón que se da, él también dice:
“Pedís y no recibís, porque pedís con malos propósitos, para gastarlo en vuestros placeres” (Stg. 4:3).
Según Santiago, en ocasiones sí pedimos, pero pedimos mal: para gastar en deleites pecaminosos. Y Dios no ha prometido satisfacer nuestros deleites pecaminosos.
Es una gracia de Dios el no recibir cada vez que pedimos mal. Dios es celoso y no nos dará dinero para que lo gastemos en otros amantes (vv. 4-5). Pero Sus celos no son porque algún otro pudiera ser tan bueno como Él o mejor que Él, sino porque Dios sabe que no hay otro tan bueno o mejor que Él. El pecado es engañoso, su placer es de corta duración y su fin es muerte (Heb. 3:13; 11:25; Ro. 6:21).
Examina los deseos de tu corazón: al escuchar a tus propias oraciones, ¿qué podrías decir que domina tu corazón? ¿Es tu deseo más grande que el nombre de Dios sea santificado, que Su reino venga y que se haga Su voluntad? ¿O es que tu nombre sea reconocido, que tu agenda avance y que tu voluntad se haga? No le pidas a Dios nada que esté claramente en contra de Su voluntad y preséntale tus deseos con manos abiertas –no cerradas–. Es decir, que tu actitud sea como la de Jesús: “… pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Recuerda que Dios, más que nadie, sabe lo que es mejor para nosotros y Él está comprometido a dárnoslo. Si le has pedido algo a Dios y Él no te lo ha dado, ve Su “no” como una demostración de Su compromiso de darte lo que es mejor para ti.
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