Otra vez la República Dominicana ha estado en el ojo internacional y no es debido a sus hermosas playas o a su gente amistosa. En las últimas semanas han sucedido una serie de incidentes que han puesto por el suelo la reputación del país. El último incidente afectó al ex jugador de béisbol para los Media Rojas de Boston, David Ortiz. Un día después del incidente, el jugador de baloncesto Karl-Anthony Towns publicó en su cuenta de Twitter:
“¡¿¡¿En serio?!?! ¿Le faltas el respeto a la leyenda @davidortiz en su patria? ¿¡¿Eres un #%*# tonto?!? Oraciones para el único Big Papi. La isla es un lugar de miedo para el pana en este momento”.
¿Es la República Dominicana un lugar de miedo? En cierto sentido, sí. Por eso oramos y hacemos lo posible para que el pecado sea refrenado y muchos lleguen a los pies de Jesucristo en arrepentimiento y fe.
Ahora, no es menos cierto que el mundo en el cual vivimos se ha convertido en un lugar de miedo. Si somos honestos, tenemos que admitir que muchos de los males de esta nación no son exclusivos de esta nación. Y que aunque otras naciones no tengan los mismos males que tiene esta nación, ellas sí tienen otros.
Artefactos se dañan. Nuestros cuerpos se enferman. Personas mueren. Hijos se rebelan contra padres amorosos. Relaciones románticas se rompen. Amistades se acaban. Ocurren desastres naturales. El aire es contaminado. Hay tiroteos. Se promueven los anti-valores o la inmoral. Hay racismo. Hay gobiernos corruptos.
Incluso el lugar más seguro para los más desprotegidos se ha convertido en un lugar de miedo. Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades reportan 45.7 millones de abortos –sólo entre 1970 y 2015, sólo en EE. UU.–.
Y todo eso debido a nuestro pecado. Después de la entrada del pecado al mundo, el hombre ahora tiende al mal y la tierra está bajo maldición. Pero no pasó mucho tiempo después de la entrada del pecado al mundo cuando Dios prometió que vendría Uno que triunfaría: “Y pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el calcañar” (Génesis 3:15).
Ese Uno que triunfaría, y que triunfó, es Jesucristo: “El Hijo de Dios se manifestó con este propósito: para destruir las obras del diablo” (1 Juan 3:8). Él vivió en completa obediencia a la ley de Dios, pero murió como el más vil pecador, tomando así el lugar de pecadores como tú y como yo. Y resucitó, demostrando que había logrado la salvación para todo aquel que se arrepiente y confía en Él.
Esta salvación no sólo es perdón de todos nuestros pecados; sino también salvación del dominio del pecado –tenemos la capacidad para amar y hacer lo que a Dios le agrada–, salvación de la fuerza del pecado –progresivamente el pecado remanente está siendo debilitado en nosotros– y salvación de la presencia del pecado –seremos perfectos y sin pecado–.
Cuando esto último sea una realidad, la creación también será liberada de la maldición: «la creación misma será también liberada de la esclavitud de la corrupción a la libertad de la gloria de los hijos de Dios» (Romanos 8:21). Y ya que las primeras cosas habrán pasado, ya no habrá más llanto ni dolor: «El enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado» (Apocalipsis 21:4) El mundo, entonces, ya no será un lugar de miedo.
Gustad a Dios 