Dios castigó a Su Siervo más obediente.

En el capítulo 53 de su libro, el profeta Isaías escribe acerca de un siervo a quien el Señor Dios describe como Suyo: “Mi Siervo” (v. 11). El profeta nos dice que este Siervo del Señor sería un Siervo sufriente (vv. 1-9) y, después, un Siervo exaltado (vv. 10-12).

Y a la luz del Nuevo Testamento, es claro que ese Siervo del Señor es Jesús. Él sufrió hasta la muerte en la cruz y, entonces, fue exaltado con Su resurrección y ascensión.

Leamos las palabras del profeta en Isaías 53:4-6: “Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores. Con todo, nosotros lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido. Pero Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, y por Sus heridas hemos sido sanados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, nos apartamos cada cual por su camino; pero el Señor hizo que cayera sobre Él la iniquidad de todos nosotros”.

A partir de ese capítulo, quiero que veamos el agente, la causa y los beneficiarios de los sufrimientos de Jesús.

EL AGENTE

Jesús fue azotado, herido y abatido por Dios. Sí, Herodes, Pilato, los gentiles y el pueblo de Israel fueron responsables de arrestar y crucificar a Jesús (Hch. 4:27), pero en última instancia fue Dios quien estaba detrás de todo ello. Fue Dios quien entregó a Jesús. Como alguien dijo, quien mató a Jesús no fue Judas, no fueron los judíos, no fue Pilato, sino Dios. Todo eso se confirma con las palabras del profeta: “Pero quiso el Señor quebrantarlo, sometiéndolo a padecimiento” (Is. 53:10). Detrás del azote, herida y aflicción de Jesús había un Dios con un ceño fruncido (justamente airado) por el pecado.

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Él tratado como pecador, nosotros como justos.

Entre esos versículos bíblicos en los cuales se encuentra resumido el evangelio de Jesucristo, uno de mis favoritos es 2 Corintios 5:21, el cual dice: “Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en El”.

En el contexto de este versículo se nos habla de cómo el ofendido (Dios) busca la paz con los ofensores (nosotros), «no tomando en cuenta a los hombres sus transgresiones». Y aunque alabamos al Dios de toda gracia por tal obra, no dejamos de preguntarnos cómo Dios pudo hacer eso y seguir siendo justo. Bueno, 2 Corintios 5:21 es la respuesta a esa pregunta.

Jesucristo es descrito aquí como el «que no conoció pecado». Jesucristo no conoció pecado en la práctica. Él fue el único que siempre hizo el bien (siempre obedeció la ley de Dios) y nunca pecó (nunca desobedeció). El profeta dijo de Él: “no había hecho violencia, ni había engaño en su boca” (Is. 53:9). Uno de sus discípulos lo describió como: “el justo” (1 Jn. 2:1). Y ni aun sus enemigos pudieron apuntar con verdad su dedo acusador hacia él (Mt. 26:60).

A ese Jesucristo, Dios «le hizo pecado por nosotros». Ya hemos visto que Jesucristo no fue un pecador y que nunca pecó, por lo tanto lo que esto quiere decir es que Dios trató a Jesucristo como si fuera un pecador. Jesucristo sufrió la ira divina, fue maldecido, condenado, castigado como si hubiera sido un desobediente, un borracho, un homicida, un inmoral, un mentiroso, un homosexual, un ladrón, un idólatra, un maldiciente, un estafador, un iracundo, un envidioso.

Y todo eso fue hecho «para que fuéramos hechos justicia de Dios en El». Para que nosotros los pecadores, que nos arrepentimos de nuestros pecados y confiamos en Él como Salvador y Señor, seamos perdonados de todos nuestros pecados, declarados como justos en base a la vida perfectamente obediente de Jesucristo y tratados como justos al ser bendecidos con toda bendición espiritual.