Un joven que le gusta cantar himnos.

Himnario

Crecí en una iglesia donde la mayoría de las alabanzas que se cantaban eran himnos antiguos. Y las veces que me ha tocado dirigir la adoración, siempre trato de cantar canciones contemporáneas e himnos antiguos (obviamente de alabanza a Dios). No hago eso porque esté obligado a seguir la tradición o porque tema ser sacado de la iglesia. Más bien, lo hago porque realmente me gusta cantar himnos antiguos –y sí, todavía estoy muy lejos de los 50–. Continuar leyendo Un joven que le gusta cantar himnos.

Consejos a un joven teólogo.

Como un joven teólogo, si me permiten describirme en esos términos, he recibido consejos –tanto directa como indirectamente– que aprecio mucho y trato de recordarlos antes de actuar. He enumerado algunos de estos consejos, con la esperanza de que sean útiles a otros jóvenes teólogos principalmente, pero también para todo tipo de cristianos –que también son teólogos en cierto grado.

El primero viene directamente de la Palabra de Dios –¡honra a tus pastores!–: “Pero os rogamos hermanos, que reconozcáis a los que con diligencia trabajan entre vosotros, y os dirigen en el Señor y os instruyen, y que los tengáis en muy alta estima con amor, por causa de su trabajo. Vivid en paz los unos con los otros” (1 Tesalonicenses 5:12, 13).

John MacArthur, en la conferencia El Poder de Su Palabra, dijo lo siguiente: “Una de las cosas que vemos en la actualidad es que los jóvenes vienen y tratan de rediseñar, inventar nuevamente a la iglesia, cuando lo único que necesitan hacer es seguir a los hombres fieles que vinieron antes que ellos… Rompe mi corazón ver a un joven que piensa que necesita hacerlo de una manera que nadie jamás lo ha hecho, en lugar de ser fiel (1 Co. 4:2)” (Predicad la Palabra).

Un pastor llamado Andrew Davis dijo, a partir de 2 Timoteo 1:13, algo parecido a lo anterior: “Esta palabra [“norma”] implica que el Señor no desea innovación doctrinal de la próxima generación de discípulos, sino conformidad al estándar apostólico de doctrina” (How to Mentor Young Disciples When They Differ Theologically). Continuar leyendo Consejos a un joven teólogo.

Berkhof sobre «Las buenas obras».

La Biblia enseña con claridad que las buenas obras de los creyentes no son meritorias en el sentido propio de la palabra. Sin embargo, debemos recordar que la palabra «mérito» se emplea en un sentido doble, el uno estricto y propio, y el otro amplio. Hablando en forma estricta, una obra meritoria es aquella a la cual debido a su valor intrínseco y a su dignidad se le debe con justicia una recompensa de la justicia comunicativa. Sin embargo, hablando en sentido amplio, una obra que merece la aprobación y a la cual se adhiere una recompensa (por promesa, convenio, o de cualquiera otra forma) también se llama a veces meritoria. Tales obras son dignas de alabanza y son recompensadas por Dios. Pero a pesar de que esto puede ser, no son con seguridad obras meritorias en el estricto sentido de la palabra. No pueden por su propio valor moral intrínseco convertir a Dios en deudor para con aquel que las hace. En estricta justicia las buenas obras de los creyentes nada merecen. Algunos de los pasajes más terminantes de la Biblia para probar el punto que estamos considerando, son los siguientes: Luc. 17:9,10; Rom. 5:15-18; 6:23; Ef. 2:8-10; II Tim. 1:9; Tito 3:5. Estos pasajes muestran con claridad que los creyentes no reciben la herencia de salvación porque se les deba en virtud de sus buenas obras, sino sólo como un don gratuito de Dios. Es razonable también que tales obras no puedan ser meritorias, porque:

  1. Los creyentes deben su vida completa a Dios y por tanto no pueden merecer nada por el hecho de darle a Dios simplemente lo que ya le es debido, Luc. 17:9,10.
  2. No pueden hacer buenas obras con su propia fuerza, sino sólo con la fuerza que Dios imparte diariamente a cada uno de ellos; y en vista de este hecho no pueden esperar crédito alguno por estas obras, I Cor. 15:10; Fil. 2:13.
  3. Aun las mejores obras de los creyentes siguen siendo imperfectas en esta vida, y todas las buenas obras juntas representan sólo una obediencia parcial, en tanto que la ley demanda obediencia perfecta y no puede satisfacerse con nada que sea menos que eso, Isa. 64:6; Stg. 3:2.
  4. Además, las buenas obras de los creyentes están fuera de toda proporción con la recompensa eterna de la gloria. Una obediencia temporal e imperfecta nunca puede merecer una recompensa eterna y perfecta. Continuar leyendo Berkhof sobre «Las buenas obras».