“Según nos escogió en El antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de El” (Efesios 1:4).
No fui popular entre mis amigos o compañeros, porque no tenía lo necesario. Mi cara nunca estuvo en el cuadro de honor de la escuela, porque no tenía lo necesario. No me elegían como parte del equipo de competencias deportivas o, en el mejor de los casos, me elegían de último; porque no tenía lo necesario. No fui contratado en muchos de los trabajos para los que apliqué, porque no tenía lo necesario. La chica que me gustaba me rechazó, porque no tenía lo necesario. Pero cuando leo en la Biblia que Dios me escogió, mi corazón es reconfortado grandemente.
Y sé que no soy el único en esa situación porque la Biblia dice que Dios escogió lo vil y despreciado del mundo (1 Co. 1:26-29). Pero si Dios nos ha escogido, ¡no importa que el mundo nos desprecie y abandone!
Creyente, Dios te escogió a ti de entre la multitud. Esto fue antes de la fundación del mundo. ¿Por qué antes y no después? Porque Dios quería dejar claro que Él no te escogió por alguna buena obra que hiciste y asegurarte que esta elección no tambaleará cuando tropieces (Ro. 9:11-13).
Pero eso no es todo, Dios te escogió con un propósito. Y este versículo no se queda en decir que fuimos elegidos para salvación, sino que va a un propósito más específico: para ser santo y sin mancha. «Ser santo» significa estar separado del mundo de pecado para el servicio a Dios; significa diferente al mundo, similar a Dios.
Gracias a Jesucristo la santidad es una realidad para ti. En Jesucristo, el pecado deja de ser el rey de tu vida. En Jesucristo, tu pecado remanente es mortificado progresivamente. En Jesucristo, la presencia del pecado será eliminada total y definitivamente de tu vida. Y entonces estarás delante de Dios sin ningún rastro de pecado: “Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada” (Efesios 5:25-27).
¿No debería esa también ser la meta hacia la cual te diriges diligentemente aquí y ahora? El apóstol Pablo contestó positivamente a esa pregunta: “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados; y andad en amor, así como también Cristo os amó y se dio a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios, como fragante aroma. Pero que la inmoralidad, y toda impureza o avaricia, ni siquiera se mencionen entre vosotros, como corresponde a los santos; ni obscenidades, ni necedades, ni groserías, que no son apropiadas, sino más bien acciones de gracias” (Efesios 5:1-4). Y si ves un propósito y esfuerzo por ser santo, puedes estar seguro de tu elección.
En palabras de Charles Spurgeon:
“Guárdate sin mancha de este mundo. No manches los dedos que pronto han de tocar las cuerdas celestiales; no permitas que tus ojos, que en breve han de ver al Rey en su hermosura, lleguen a ser las ventanas de la concupiscencia; no permitas que tus pies, que pronto han de andar por las calles de oro, se ensucien en lugares cenagosos; no permitas que tu corazón, que dentro de poco se llenará de cielo y rebosará de gozo, se llene de orgullo y amargura” (Lecturas Matutinas, Septiembre 11).
¿Quién eres tú? Eres Escogido.