Aunque el decreto de Dios abarca los pecados de los hombres, Dios no es autor del pecado ni se complace en él. Y aunque no sabemos del todo cómo reconciliar ambas verdades, las afirmamos porque la Biblia –que es la verdad– las enseña. Santiago 1:13 nos enseña: “Que nadie diga cuando es tentado: Soy tentado por Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal y El mismo no tienta a nadie”.
Si las tentaciones no vienen de Dios, ¿de dónde vienen? Los versículos 13 y 14 nos responden: “Sino que cada uno es tentado cuando es llevado y seducido por su propia pasión. Después, cuando la pasión ha concebido, da a luz el pecado; y cuando el pecado es consumado, engendra la muerte”. Las tentaciones vienen de las pasiones pecaminosas que hay en nuestro corazón. Ellas son las que nos “llevan” y nos “seducen” para que pequemos, no Dios.
Dios no puede ser tentado. Dios nunca ha pensado en el pecado como una opción. Dios no tiene pasiones pecaminosas. Dios nunca se encuentra luchando en su interior entre hacer lo bueno o lo malo. Más bien, Él es «Santo, Santo, Santo» (Is. 6:3) y «muy limpios son [Sus] ojos para mirar el mal» (Hab. 1:13).
Ese mismo Dios, en la persona de Jesucristo, se hizo completamente hombre y fue tentado en todo, pero sin pecado (Heb. 4:15). Jesús no tuvo pasiones pecaminosas como las tenemos nosotros. Pero eso no hizo que las tentaciones que Él experimentó fueran ligeras. Recordemos que Adán tampoco tenía pasiones pecaminosas, pero aun así pecó. Y Jesús, aunque tentado en todo, nunca pecó. Por lo tanto, Jesús es poderoso para –y está dispuesto a– socorrer a los que son tentados. Acerquémonos a Él, antes de la tentación, para ser ayudados a no ceder. Pero al mismo tiempo, Él se sacrificó en la cruz para así perdonar a aquellos que han cedido a las tentaciones. Acerquémonos a Él, después de la tentación –si hemos pecado–, en arrepentimiento y fe.
En resumen, Dios no puede ser tentado y Él no tienta. Pero Dios puede socorrer y Él perdona.