La lengua y las palabras.

 

En la epístola universal de Santiago, éste (inspirado por Dios) tomó una parte de la carta para tratar el tema de la lengua y las palabras que ofenden1 (Stg. 3:1-12). El capítulo 3, versículo 2 de la carta dice: “Porque todos tropezamos de muchas maneras. Si alguno no tropieza en lo que dice, es un hombre perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo”. Santiago dice: “todos tropezamos” o “todos ofendemos” (RVR1960) –incluyéndose; no importa en qué país estés, no importa cuál es tu sexo, no importa cuál es tu personalidad, si eres honesto, debes reconocer junto con el apóstol Santiago que todos nosotros hemos ofendido a otras personas con nuestra lengua, con nuestras palabras, y así hemos pecado. Aunque es cierto que algunos tienden a ser más ofensivos que otros, Santiago dice que todos ofendemos «de muchas maneras». Por causa del pecado, la lengua, aunque es un pequeño miembro de nuestro cuerpo, tiene gran influencia, gran poder, particularmente para el mal; por eso se ilustra como un pequeño fuego capaz de incendiar un gran bosque (v. 5) y como «un fuego, un mundo de iniquidad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, la cual contamina todo el cuerpo, es encendida por el infierno e inflama el curso de nuestra vida» (v. 6). ¡Terrible descripción!

En Mateo 12:35 Jesús hizo una advertencia que deberíamos considerar antes de abrir nuestra boca, soltar la lengua y expresar palabras: “Y yo os digo que de toda palabra vana que hablen los hombres, darán cuenta de ella en el día del juicio”. Los hombres darán cuenta, a Dios el Juez justo, de toda palabra vana (lo cual abarca palabras que ofenden).

Volvemos a Santiago 3 y nos encontramos con la siguiente declaración: “pero ningún hombre puede domar la lengua; es un mal turbulento y lleno de veneno mortal” (v. 3); lo mismo leemos en Mateo 19:26a: “Para los hombres eso es imposible”. Ningún hombre puede domar la lengua, excepto Jesucristo (en quien somos aceptos); Jesucristo es descrito como en quien no «había engaño en su boca» (Is. 53:9). Ningún hombre puede domar la lengua, sin la gracia de Dios: “Para los hombres eso es imposible, pero para Dios todo es posible” (Mateo 19:26). ¡Oh, cuánto necesitamos del Señor y Salvador Jesucristo! Necesitamos desesperadamente de Él para que nuestras ofensas (tropiezos) sean perdonadas y, con Su gracia seamos capacitados, para controlar nuestra lengua. Pidamos con confianza Su ayuda y dispongámonos a, siendo llenos Su Espíritu, hablar «entre vosotros con salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y alabando con vuestro corazón al Señor; dando siempre gracias por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a Dios, el Padre» (Ef. 5:19,20). Entonces, nuestra lengua y palabras ya no serán veneno mortal, sino que serán la verdad en amor (Ef. 4:15; 1 Co. 16:14), para edificación (1 Co. 14:26) y para la gloria de Dios (1 Co. 10:31).


1 Palabras que ofenden porque no son verdad o son verdad sin amor.

¿Qué de aquellos pasajes donde se presenta a Dios arrepintiéndose?

Cuando la Biblia dice que «Dios no es… hijo de hombre, para que se arrepienta» (Nm. 23:19) quiere significar [negativamente] que la mente de Dios no cambia, es decir no se arrepiente, en el mismo sentido que los hombres y [positivamente] que Dios siempre actúa de la misma manera ante las mismas circunstancias de acuerdo a Su decreto eterno.

Cuando leemos en la Biblia que «se arrepintió Jehová» (Gn. 6:6; RV1960) o que a Dios le pesa algo (1 S. 15:11), no debemos pensar que alguna circunstancia inesperada le tomo por sorpresa, por lo tanto, Él tuvo que cambiar Sus planes. Dios conoce perfectamente lo que va a pasar en el futuro y más que conocer, El lo decretó (Is. 46:9,10). Tampoco debemos pensar que Dios cambió en Su ser y Su decreto eterno. Dios en Su decreto eterno ha decidido actuar de esas variadas maneras con Sus criaturas sin ser inconsistente con Su carácter. Dios ha dicho que castigará a los pecadores (“En un momento yo puedo hablar contra una nación o contra un reino, de arrancar, de derribar y de destruir”, Jer. 18:7); pero también Dios es el mismo que ha dicho que si los pecadores se arrepienten, serán perdonados (“pero si esa nación contra la que he hablado se vuelve de su maldad, me arrepentiré del mal que pensaba traer sobre ella”, Jer. 18:8). Debido a que Dios es inmutable Él siempre estará justamente airado contra el pecado y los pecadores, pero también Dios siempre será misericordioso y clemente con el pecador que se arrepiente.

Sam Storms dice:

«Dios siempre es y actúa en perfecta armonía con la revelación de sí mismo y de su voluntad en la Escritura. Por ejemplo, la Escritura nos dice que Dios es bueno, justo, y amante. La inmutabilidad, o constancia, simplemente afirma que cuando las circunstancias en alguna situación requieren la bondad, justicia, o amor como la respuesta apropiada por parte de la Deidad, eso es precisamente lo que Dios será (o hará, según sea el caso). Para decir lo mismo negativamente: si Dios debe ser bueno, justo, o amante cuando la circunstancia lo demande, o como sus promesas lo requieran, Él de ninguna manera será malo, injusto u odioso» (Tough Topics, p. 56).

APLICACIÓN

Cristiano, gloríate en Jesucristo, alégrate y dale gloria a Él; porque tú has sido unido a Él y sabe que «tantas como sean las promesas de Dios, en El todas son sí; por eso también por medio de El, Amén, para la gloria de Dios por medio de nosotros» (2 Co. 1:20). En Jesucristo, nuestro justo representante ante Dios, todas las promesas de Dios son seguras. ¿Salvación? Sí y amén; ¿Perdón de todos los pecados? Sí y amén; ¿Amparo? Sí y amén; ¿Vida eterna? Sí y amén.

1ra parte; 2da parte

El hombre miente y se arrepiente, Dios no.

Todos nosotros hemos experimentado, en algún grado, la decepción al tratar con, al relacionarnos con otros hombres (sentido genérico; tanto varón como hembra). Algunos nos han fallado, otros nos han mentido y otros nos han engañado. Todo esto nos ha afectado de tal manera que cuando escuchamos a otros hombres hacer grandes promesas, no les creemos o nos preguntamos qué querrá a cambio. Pero, ¡qué lamentable es cuando respondemos a Dios con esa misma incredulidad! Sabe que cada vez que pecamos es porque, en ese momento, creemos más al pecado (que es engañoso) que a Dios (quien es fiel): creemos que gozar «de los placeres temporales del pecado» es mejor que la «plenitud de gozo y los deleites para siempre» que hay en Dios (He. 11:25; Sal. 16:11); creemos que a nuestra manera, no a la de Dios, obtendremos un buen fin (Jer. 27:11).

Dios nos dice a través de Su Palabra que en la persona de Jesús, Él salvará a Su pueblo de sus pecados (Mt. 1:21); Dios nos dice que Él, fiel y justo, perdona los pecados y limpia toda la maldad de aquellos que se arrepienten (1 Jn. 1:9); Dios nos dice que nunca nos desamparará: “Sea vuestro carácter sin avaricia, contentos con lo que tenéis, porque El mismo ha dicho: NUNCA TE DEJARE NI TE DESAMPARARE” (Heb. 13:5); Dios nos dice que nada ni nadie nos separará de Él: “Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 8:38,39); Dios nos dice que algún día estaremos delante de Su presencia como «una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante» (Ef. 5:27) y que más que una mera existencia por siempre, tendremos vida eterna (Ti. 1:2).

Ninguna persona, excepto nuestro Señor, ha prometido todo eso. En ninguna persona, excepto en nuestro Señor, hay seguridad de que esas promesas se cumplan. Por esto dice el salmista: “Ciertamente ninguno de los que esperan en ti será avergonzado” (Sal. 25:3a); y el profeta: “Oh SEÑOR, esperanza de Israel, todos los que te abandonan serán avergonzados” (Jer. 17:13a). Esas promesas tienen mucho peso, valor y hermosura. Si, al escuchar esas promesas, pensamos que estamos ante alguien como los hombres, entonces responderemos con incredulidad y así pecaremos contra Dios. Comenzaremos a preguntarnos con incredulidad: «¿Qué si al ir a Jesús no soy salvado? ¿Qué si algún día el Señor me abandona? ¿Qué si algún día me aparto o si no soy completamente santificado?». Por esta razón es sumamente importante que sepamos y creamos lo que nos dice Números 23:18: “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre, para que se arrepienta. ¿Lo ha dicho El, y no lo hará?, ¿ha hablado, y no lo cumplirá?”. Sí, el hombre miente y se arrepiente; por eso no debemos confiar en él como si fuera Dios. Dios, el único y verdadero, no miente ni se arrepiente; por eso debemos confiar sólo en El.

Acerquémonos con plena confianza a El, diciendo –como aquel leproso que se acerco a Jesús–: “[Señor] Si quieres, puedes” (Mc. 1:40); si no tenemos esa confianza plena, entonces acerquémonos a Él, diciendo –como aquel padre del muchacho con un espíritu–: “Creo; ayúdame en mi incredulidad” (Mc. 9:24). En Tito 1:2 se nos describe a Dios como quien no miente y Hebreos 6:18 dice que «es imposible que Dios mienta». Mentir va en contra de la naturaleza de Dios (Ex. 34:6; Jn. 1:14); por lo tanto, El nunca quiere mentir. En 2 Timoteo 2:13 leemos: “si somos infieles, El permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo”. Te pregunto: ¿El Dios que nunca ha mentido, mentirá ahora? El Dios fiel que cumplió seis de Sus promesas, ¿no cumplirá la séptima? ¿No es Su gloriosa fidelidad como una roca fiel donde podemos apoyarnos? Recuerda que el hombre miente, pero Dios no; el hombre se arrepiente, pero Dios no. Cree y descansa en Su carácter fiel e inmutable.

1ra parte; 2da parte

Piper sobre «Cómo evitar caer en la insensatez de los gálatas».

Uso un acrónimo: ROCAA. Inicio mi día con éste y lo sigo cuando debo esforzarme para hacer lo correcto. El objetivo de esta manera de pensar y sentir es que se convierta de tal manera en parte de mí que enfoque todo en la vida de esta manera.

R”- Reconozco que aparte de Cristo nada puedo hacer de valor eterno (Juan 15:5). Reconozco con Pablo en Romanos 7:18: “en mí, es decir, en mi carne, no habita nada bueno”. Reconozco que el viejo “yo”, el cual amaba negar ese hecho, fue crucificado con Cristo.

O”- Oro con Pablo en 1 Tesalonicenses 3:12 que Cristo me haga abundar en amor. Oro que la gracia reine en mi vida por medio de la justicia (Romanos 5:21). Oro que Dios produzca en mi la obediencia que El demanda (Hebreos 13:21; 2 Tesalonicenses 1:11).

C”- Confío. Esta es la clave, porque Gálatas 3:5 dice: “Aquel, pues, que os suministra el Espíritu y hace milagros entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley o por el oír con fe?”. En otras palabras, la obra continua del Espíritu que nos capacita para amar como debemos sucede sólo al confiar en las promesas de Dios (Gálatas 5:6). Así que, por fe, hecho mano de una promesa como Isaías 41:10: “No temas, porque yo estoy contigo; no te desalientes, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré, ciertamente te ayudaré, sí, te sostendré con la diestra de mi justicia”. Confío en que mientras actúo, no seré yo, sino el poder de Cristo en mi y yo sólo me aferro a él en fe.

A”- Actúo en obediencia a la Palabra de Dios. Pero, ¡oh, qué gran diferencia ahora entre tal acción y lo que Pablo llama las obras de la ley!. El reconocimiento de que yo soy impotente, la oración por capacitación divina, el confiar que el mismo Cristo es mi ayuda y mi fuerza –todo esto transforman la acción para que sea un fruto del Espíritu, no una obra de la carne.

A”- Agradezco a Dios, cuando la acción está hecha y el día ha acabado, por cualquier bien que pudo haber venido a mi vida (Colosenses 1:3-5). Le agradezco por conquistar, al menos en cierta medida, mi egoísmo y orgullo. Le doy la gloria (1 Pedro 4:11).

ROCAA: R– Reconoce tu inhabilidad para hacer el bien por ti mismo. O– Ora por capacitación divina. C– Confía en las promesas de Dios de ayuda, fuerza y guía. A– Actúa en obediencia a la palabra de Dios. A– Agradece a Dios por cualquier bien que reciba. Si piensas que esto es muy poco de ti y demasiado de Dios, entonces te insto a contrastar tu testimonio con el de Pablo, quien dijo en 1 Corintios 15:10: “he trabajado mucho más que todos ellos, aunque no yo, sino la gracia de Dios en mí”; y en Romanos 15:18: “no me atreveré a hablar de nada sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí”. Así que, volvemos al punto principal de Gálatas 3:1-5 declarado en 5:5 (de Gálatas). Por medio del Espíritu (no de la carne), por fe (no por obras), tenemos la esperanza de justicia. Sólo cuando eso es verdad podemos decir: “estando convencido precisamente de esto: que el que comenzó en vosotros la buena obra, [Él y sólo Él] la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús” (Filipenses 1:6).

Este artículo es un extracto tomado de: John Piper. Can You Begin by the Spirit and Be Completed by the Flesh? [¿Puedes comenzar por el Espíritu y terminar por la carne?]. Traducción de Misael Susaña. Usado con permiso de DesiringGod.org