NO al afán y ansiedad.

No Afán y Ansiedad

En Mateo 6:33 dice: “Pero buscad primero su reino y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Este versículo nos recuerda cuál debe ser nuestra prioridad. Nota que el versículo dice: «buscad primero«; ¿qué buscaremos primero? el reino de Dios y Su justicia. Es una gran necedad afanarse por lo terrenal y temporal y descuidar lo celestial y eterno. Nuestra prioridad debe ser Dios, Su reino, Su justicia. Cuando quitamos del primer lugar en nuestras vidas a Dios, Su reino y Su justicia, actuamos como necios; nos afanamos por lo que vendrá como añadidura y descuidamos nuestra principal responsabilidad (obedecer a Dios). Cuando nos afanamos por la comida, la bebida, la ropa y descuidamos el reino de Dios y Su justicia, actuamos como necios pecadores. Charles Spurgeon dijo: «Cuando te angustias por tu suerte y por tus circunstancias, te estás entremetiendo en los asuntos de Cristo y estás descuidando los tuyos. Has estado procurando “proveerte” de trabajo, y has olvidado que lo que a ti te corresponde es obedecer. Sé sabio y procura obedecer, deja a Cristo el proveer». Dios cuida de toda Su creación y Su favor especial es para con todos Sus hijos. Esto es lo que Jesús nos enseña en Mateo 6:25-34. Nos da como ejemplo las aves del cielo, que aunque no trabajan, son alimentadas por Dios (v. 26); nos da como ejemplo los lirios del campo, que aunque tampoco trabajan, Dios los viste con gloria (vv. 28, 29); y Jesucristo preguntó repetidas veces: “¿Dios no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe?”. En vez de afanarte, preocúpate de cumplir tu deber principal (buscar el reino de Dios y Su justicia); sabiendo que las demás cosas vendrán, como el Señor dijo, por añadidura.

Algo parecido a lo dicho en Mateo 6:33 se nos enseña en Filipenses 4:6: “Por nada estéis afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios”. En este pasaje bíblico Dios comienza llamándonos a no afanarnos. Lo que sí debemos hacer es dar a conocer a Dios nuestra peticiones por medio de la oración. De este pasaje bíblico aprendemos que muchas veces el afán y la ansiedad vienen a nosotros como resultado de una falta de oración y confianza en el Dios que controla todo. ¿Algo te preocupa en tu trabajo y estás siendo tentado a afanarte por eso? Dale a conocer a Dios tus peticiones; ¿Algo te preocupa en tu lugar de estudios y estás siendo tentado a afanarte por eso? Dale a conocer a Dios tus peticiones; ¿Algo te preocupa en tu hogar y estás siendo tentado a afanarte por eso? Dale a conocer a Dios tus peticiones. El versículo 7 (Filipenses 4) dice: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús” (cf. Isaías 23:3). Medita en el Dios (tu Padre) que sustenta y controla toda Su creación; da a conocer a Él, quien tiene cuidado de ti (1 P. 5:7), tus peticiones y confía en Él. Así, Él será glorificado y tanto tú serás guardado en perfecta paz.

El disfrute de la salvación ilustrado.

En 2 Reyes 6:24 se relata que Samaria fue sitiada por Ben-adad, rey de Aram, y todo su ejercito; como consecuencia de eso, hubo gran hambre en Samaria (v. 25). Samaria no podía salvarse de esa situación a menos que Jehová la salvará, por eso el rey de Israel expresó las siguientes palabras a una mujer: “Si el SEÑOR no te ayuda, ¿de dónde te podré ayudar? ¿De la era o del lagar?” (v. 27).

Un mensajero, enviado por el rey de Israel, le preguntó a Eliseo –manifestando así su falta de confianza en Dios: “¿por qué he de esperar más en el SEÑOR?” (v. 33). Pero, palabras dignas de toda confianza expresó Jehová a través de Eliseo: “Oíd la palabra del SEÑOR. Así dice el SEÑOR: Mañana como a esta hora en la puerta de Samaria, una medida de flor de harina se venderá a un siclo, y dos medidas de cebada a un siclo” (2 R. 7:1). Jehová salvaría a Samaria. El relato bíblico nos dice que un príncipe sobre cuyo brazo el rey se apoyaba también desconfió de Dios, a lo que Eliseo respondió: “He aquí, tú lo verás con tus propios ojos, pero no comerás de ello” (2 R. 7:2).

Después, cuatro hombres leprosos, que habían entrado al campamento enemigo, se dieron cuenta de que «el Señor había hecho que el ejército de los arameos oyera estruendo de carros y ruido de caballos, el estruendo de un gran ejército… Por lo cual se levantaron y huyeron al anochecer, y abandonaron sus tiendas, sus caballos y sus asnos y el campamento tal como estaba, y huyeron para salvar sus vidas» (2 R. 7:6,7). Entonces, estos cuatro leprosos anunciaron a los porteros de la ciudad, y los porteros al rey, y el rey a sus siervos. Así el pueblo fue salvado «conforme a la palabra del SEÑOR»; y aquel príncipe sobre cuyo brazo el rey se apoyaba, estaba en la puerta de entrada cuando fue atropellado por el pueblo y murió «tal como había dicho el hombre de Dios» (2 R. 7:17). Continuar leyendo El disfrute de la salvación ilustrado.

No todo el que dice: «Señor, Señor».

Desde el capítulo 5 de Mateo hasta el capítulo 7 (inclusive) Jesucristo expuso lo que hoy conocemos como el sermón del monte. Ya casi finalizando Su sermón e inmediatamente después de hablar de que un árbol se conoce por su fruto, Jesucristo pronunció las siguientes palabras: “No todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: «Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?» Y entonces les declararé: «Jamás os conocí; APARTAOS DE MI, LOS QUE PRACTICÁIS LA INIQUIDAD” (Mt. 7:21-23). Después de leer este pasaje bíblico no podemos serle indiferentes, no podemos continuar como si hubiéramos hecho una lectura más.

Según las palabras de Jesucristo, no son pocos los que viven engañados al creer que son cristianos cuando en verdad no lo son. Esos «muchos», a los que Jesucristo se refiere, participan de la adoración junto a la iglesia, profetizan, sacan demonios, hacen muchos milagros. Sin embargo, Jesús les dirá en aquel día: «Jamás os conocí; APARTAOS DE MI, LOS QUE PRACTICÁIS LA INIQUIDAD«. ¡Oh, esas son las palabras más terribles que pueden salir de los labios de nuestro Señor! Después de esas palabras no importa qué se haga, no importa que se llore sin cesar, sólo queda separación de Aquel que es luz y vida (condenación eterna). Es mi oración a Dios que ninguno de nosotros estemos aquel día entre esos «muchos». Continuar leyendo No todo el que dice: «Señor, Señor».

Spurgeon sobre «La justificación».

“Justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Romanos 3:26).

“JUSTIFICADOS por la fe tenemos paz para con Dios”. La conciencia no acusa más. El juicio se decide ahora en favor del pecador. La memoria recuerda con profundo dolor los pecados pasados, pero no teme que le venga ningún castigo, pues Cristo ha pagado la deuda de su pueblo hasta la última jota y el último tilde, y ha recibido la aprobación divina. A menos que Dios sea tan injusto como para demandar un pago doble por una deuda, ninguna alma, por la cual Cristo murió como substituto, puede jamás ser echada al infierno. Creer que Dios es justo parece ser uno de los fundamentos de nuestra naturaleza iluminada. Nosotros sabemos que esto debe ser así. Al principio nos causaba terror pensar en esto. Pero ¡qué maravilla, que esta misma creencia de que Dios es justo, llegara a ser más tarde, el pilar en que se apoyaría nuestra confianza y nuestra paz! Si Dios es justo, yo, que soy un pecador sin substituto, debo ser castigado. Pero Jesús ocupa mi lugar y es castigado por mí. Y ahora, si Dios es justo, yo, que soy un pecador que está en Cristo, nunca puedo perecer. Dios cambia de actitud frente a un alma, cuyo substituto es Jesús; y no hay ninguna posibilidad de que esa alma sufra la pena de la ley. Así que, habiendo Jesús tomado el lugar del creyente, habiendo sufrido todo lo que el pecador debía haber sufrido a causa de su pecado, el creyente puede exclamar triunfalmente: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios?”. No lo hará Dios, pues él es el que nos justifica; tampoco lo hará Cristo, pues él es el que murió, “más aún, el que también resucitó”.

No tengo esta esperanza porque no sea pecador, sino porque soy un pecador por quien Cristo murió. No creo que yo sea un santo, pero creo que, aunque soy impío, él es mi justicia. Mi fe no descansa en lo que soy, sino en lo que Cristo es, en lo que él ha hecho, y en lo que está haciendo ahora por mí.

Este artículo fue tomado de: C. H. Spurgeon. Lecturas Matutinas (Terrassa: CLIE, 1984); Septiembre 25.