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En Juan 1:16 se dice lo siguiente: “Pues de su plenitud [de Jesucristo] todos hemos recibido, y gracia1 sobre gracia”. Y Jerry Bridges, en su libro La gracia transformadora, dice acerca de este pasaje bíblico que «la idea descrita en el versículo dieciséis es análoga a las olas de un océano estrellándose contra la playa. Apenas una ola ha desaparecido vienen otra tras ella, y la secuencia es interminable. Lo mismo ocurre con la gracia de Dios a través de Jesucristo» (pp. 55, 56).
“Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8, 9).
Este pasaje bíblico (Efesios 2:8, 9) es muy conocido, y éste nos dice claramente que Dios no nos ha salvado por causa de nuestras [buenas] obras, sino por causa de Su rica misericordia hacia personas que no la merecen, por causa de Su gran amor hacia pecadores (v. 4). Él pudo haber dejado que muramos en nuestro pecado, pero nos dio Su gracia en Jesucristo.
“Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito” (Romanos 8:28).
Dios gobierna todo el universo, desde la caída a tierra de un pajarillo hasta el mantenimiento de todas las galaxias. Y este supremo Gobernador hace que todas las cosas que suceden cooperen para el bien de los Suyos (los que le aman) –y para Su bien último, ser hechos conforme a Jesucristo (v. 29)–. No son algunas cosas, no son las mayorías de las cosas, no son sólo aquellas cosas que podemos entender de manera inmediata cómo cooperarán para nuestro bien, sino absolutamente todas las cosas cooperan para nuestro bien. Esto es gracia. Continuar leyendo Gracia sobre gracia.
La Biblia enseña con claridad que las buenas obras de los creyentes no son meritorias en el sentido propio de la palabra. Sin embargo, debemos recordar que la palabra «mérito» se emplea en un sentido doble, el uno estricto y propio, y el otro amplio. Hablando en forma estricta, una obra meritoria es aquella a la cual debido a su valor intrínseco y a su dignidad se le debe con justicia una recompensa de la justicia comunicativa. Sin embargo, hablando en sentido amplio, una obra que merece la aprobación y a la cual se adhiere una recompensa (por promesa, convenio, o de cualquiera otra forma) también se llama a veces meritoria. Tales obras son dignas de alabanza y son recompensadas por Dios. Pero a pesar de que esto puede ser, no son con seguridad obras meritorias en el estricto sentido de la palabra. No pueden por su propio valor moral intrínseco convertir a Dios en deudor para con aquel que las hace. En estricta justicia las buenas obras de los creyentes nada merecen. Algunos de los pasajes más terminantes de la Biblia para probar el punto que estamos considerando, son los siguientes: Luc. 17:9,10; Rom. 5:15-18; 6:23; Ef. 2:8-10; II Tim. 1:9; Tito 3:5. Estos pasajes muestran con claridad que los creyentes no reciben la herencia de salvación porque se les deba en virtud de sus buenas obras, sino sólo como un don gratuito de Dios. Es razonable también que tales obras no puedan ser meritorias, porque: